Cada vez que se estrena una incursión en el cine policíaco español, surge la tentación de hacer caja y revisar una verdad a medias. Parece indiscutible que el franquismo no cultivó este género que proyecta luz sobre las cloacas del poder. En apariencia no abundaron títulos porque en aquellos años de sangre y cárcel, los cuerpos policiales se dedicaban a la caza política mientras que la censura no veía con buenos ojos que, en el paraíso de su “excelencia”, pudieran asomarse a las pantallas los monstruos de su cara oculta.
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En su empeño por reivindicar las habilidades de quienes sufren alguna singularidad que dificulta su interacción social, los guionistas de Hollywood van a conseguir que lamentemos no padecer algún tipo de desorden heredable y heredado. Estos excesos de buenismo hipócrita, alcanzaron un grado de estulticia extrema con Rain Man.
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La chica del tren cuando se pone interesante trata de imitar el modelo de Lo que la verdad esconde. Cuando se espesa y se atraganta desemboca en el paradigma de un “estrenos tv”. O sea, en un subproducto de tensión descafeinada y guión imposible. Por si alguien todavía alberga dudas sobre su naturaleza, digamos que en la mayor parte de su metraje la película es obtusa como un ladrillo.