Desde el primer segundo, La espera no deja lugar a la duda. Con ella Piero Messina debuta como director con instinto de narrador de pura sangre, con la insolencia de quien se sabe nacido para deslumbrar. Para ello conduce su filme por los meandros del formalismo y la geometría. No oculta que su cine busca bañarse en la excelencia.

La figura de Ramón Mercader, el asesino de León Trotski, despierta tanta curiosidad como desconcierto. Es la suya, una historia que transciende el hecho del asesinato y va mucho más allá de la talla de sus protagonistas. Estamos ante un hecho que emerge como el símbolo de toda una época. Se podría decir que su realidad se impone como un negro acertijo en cuyas entrañas se inscribe la naturaleza de lo que fue la parte nuclear del siglo XX.

Pronto cumplirá 81 años. Ha filmado casi medio centenar de películas, todas ellas dirigidas y escritas por él. Así mismo, muchas de ellas, hasta que cumplió los 70, han sido protagonizadas por él y él aparece proyectado en las situaciones, personajes, emociones, ideas y opiniones que (re)crea a partir de sí mismo.

Presentada fuera de concurso en la pasada edición del festival de San Sebastián, hubo un momento desconcertante, cruel y ridículo en la proyección a la prensa especializada. Fue cuando, en medio de la gran secuencia, allí donde se despliega la pasión de los amantes y la tragedia de sus roles enfrentados en un juego macabro, en la escena cumbre, en ese momento decisivo donde debe reinar la emoción contenida y la tensión, saltaron las risas.

Criminal aparenta seguir los pasos de la saga Bourne. A ella parece encomendarse Ariel Vromen, un cineasta de origen israelí aunque ya afincado en EE.UU., que ahora dirige esta película de bandera británica. Pero en realidad, el argumento, lo que sus guionistas habían labrado en el interior de esta película era y sigue siendo algo muy diferente.