Detrás de Elle se descubre a una actriz descomunal y a un director único. Son dos bichos raros; lo saben y lo sabemos. Isabelle Huppert, rostro estrellado, cuerpo adolescente, sexagenaria capaz de seducir a quien se le ponga por delante, encarna en Elle a una mujer mucho más joven. Y al ver su interpretación, un papel complejo, esquinado, herrumbroso; se sabe que nadie podría haberlo hecho de ese modo.
Como en El cartero siempre llama dos veces, dos veces le ha ocurrido a Stephen Frears lo mismo. En 1988 filmó Las amistades peligrosas, una pieza emblemática de su tiempo. Pocos meses después, Milos Forman presentaba Valmont. Ambas contaban lo mismo, solo que de manera muy diferente. Ambas habían sido inspiradas por el texto de Choderlos de Laclos.
Estamos huérfanos de un cine que tome partido con la realidad, que se manche en sus retratos, que destape lo que sospechamos pero no se airea. Por esa falta de costumbre cuando nos llega un filme como éste, El hombre de las mil caras, y nos obligar a conjugar el recuerdo que percibimos como real, con lo recreado que sin duda está mejor documentado pero nos suena a artificio, no sabemos qué cara poner.