ZINEMALDIA 2016

Playground, del director polaco Kowalski, eleva la calidad del Zinemaldia

El enigma de la crueldad humana

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Es inevitable, llevamos muchos años obsesionados con ello; ¿dónde reside el resorte que pone en marcha la capacidad para hacer daño a los demás en las personas aparentemente normales? La sosegada discreción del asesino de al lado, esa banalidad del mal que lo hace imperceptible, nos deja indefensos. Nos sumerge en una temerosa incertidumbre. De eso va y de eso sabe mucho Playground un excelente filme polaco sólido y cruel, frío y afilado, que elevó ayer a su mejor nivel esta 64 edición del Zinemaldia.
Recordemos que en Polonia, además de facturar miles de fervorosos católicos y algunos políticos impresentables, nació un puñado de brillantes cineastas. De tierras polacas han surgido autores como Polanski, Wajda, Kieślowski, Skolimowski, Żuławski, Zanussi… incluso si nos remontamos al origen, de allí surgieron pioneros como Jean Epstein, el mentor de nuestro Luis Buñuel, y padres fundacionales como Vertov, hombre capital en la URSS revolucionaria. No es país pequeño para el cine grande.
De allí proviene Bartosz M. Kowalski (Gdynia, Polonia, 1984), aunque su formación como realizador se haya alimentado de un periplo que va de EE.UU. a Francia. El caso es que Kowalski, que tiene evidente experiencia en el mundo del cortometraje y el cine documental, se adentra en un relato inspirado en la realidad, pero sin hacer ninguna referencia directa a ella. No se trata de ilustrar un crimen sino de cuestionarse por los mecanismos que agitan la insania humana.
Hace un par de días, para sostener en pie la traca delirante de Nocturama, se tomaba en vano el nombre de Gus van Sant y su Elephant. Playground (de)muestra en qué consiste eso, qué significa ese camino y cómo debe encararse. Lo fundamental, evitar la gratuidad, huir de los planos bonitos y soslayar las escenas tremebundas.
Aquí, en Playground no hay concesión al espectador. La cámara no se recrea en la belleza desnuda de los jóvenes protagonistas, porque Bartosz M. Kowalski se abisma en una desnudez interior en la que, al ser casi niños, resulta complicado intuir el porqué de su insensata locura. En los fundamentos cinematográficos de Kowalski, en su manera de dirigir, se verán lugares comunes de grandes autores, de los hermanos Dardenne a Michael Haneke. Y ciertamente algo de esos autores y sus maneras de entender la construcción fílmica se da en Playground. En definitiva, muchas de las inquietudes que a esos autores les preocupa, se encuentran en esta dolorosa disección.
Bartosz M. Kowalski construye su relato en forma de pequeños capítulos. Los primeros vienen titulados por el nombre de cada uno de sus protagonistas. En pocas pinceladas, Playground los muestra en su vida cotidiana. Sus familias, sus contextos, sus rupturas. Sus dos principales personajes son dos niños que empiezan a no serlo. Comparten cigarrillos, se aburren en la escuela y se encuentran en ese umbral resbaladizo donde, a veces, se echan a perder las vidas. Esos pequeños protagonistas comienzan a percibir la llamada del cuerpo, son conscientes de que algo desean. Se acicalan, se cortan el pelo, se pintan los labios… Edad de transformación, tiempo de metamorfosis, hora peligrosa.
Todo en Playground ha sido ideado con intención, dibujado con mimo, filmado con autenticidad. Pero todo apunta hacia un último plano secuencia. En él, desde la distancia de un plano general y un sonido lejano, con sordina, Playground se adentra en la filmación del horror. Y ese horror que se intuye cierto, quema la pantalla y abre muchos interrogantes. Se discutirá la conveniencia del mismo, pero nada detendrá, el pavoroso impacto de su existencia.

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As you are llega 30 años tarde. Con un arranque interesante y una aparente buena interpretación, conforme la película avanza y se descubre cuál va a ser su tema nuclear, la cosa se resquebraja.
De nacionalidad estadounidense, el joven director Miles Joris-Peyrafitte evidencia buen oficio y notable capacidad para colocar la cámara y dirigir a los actores. Lo que no puede hacer es mejorar la debilidad de un guión que decide ahondar en el camino del misterio policial, cuando su naturaleza reclama un tratamiento de melodrama. El filme avanza a golpe de preguntas policiales en un interrogatorio a los diferentes personajes, ilustrado por constantes flash back que reconstruyen el tiempo pasado hasta mostrar qué sucedió realmente. Y, al llegar a su desenlace, Joris-Peyrafitte opta por la hipérbole y el golpe efectista.
Ahí, cuando la música pierde su lugar y el director resbala en el tono, es cuando se comprende que todo ese entramado se ha levantado sobre una base equivocada, desfasada y exagerada.

 

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