A Jaume Collet-Serra no se le concede demasiada atención en los medios de comunicación españoles. Se marchó con 18 años a EE.UU. proveniente de su Cataluña natal. Con poco dinero y mucha obstinación, Collet-Serra estudió cine en Los Ángeles y ha conseguido lo que la inmensa mayoría de cineastas españoles no lograrán jamás. Ser aceptado por la industria norteamericana.

Si versátil resulta la carrera como actriz de Jodie Foster, desconcertante es su perfil como directora. Ha realizado El Pequeño Tate (1991). A Casa Por Vacaciones (1995) y El Castor (2011). En todos los casos hablamos de películas bien facturadas, pero de las que resulta difícil extraer alguna conclusión sobre el universo autoral de quien es un peso pesado de la industria del cine yanqui.

Con los setenta años a la vuelta de fin de año, Spielberg representa la esencia del cine de Hollywood de las últimas cinco décadas. Lo ha sido casi todo y de casi todo tiene mucho. Multimillonario, multi-premiado, señor de Los Angeles y director de culto. El solo recuerdo de sus películas le precede y le salva de una obviedad: el cine del emperador Spielberg lleva tiempo tejido por harapos de lujo.

Stephen Frears se emplea con(tra) Lance Armstrong con el mismo ímpetu maquinal y distante con el que en sus comienzos cargaba contra Margaret Thatcher. En su prosa cinematográfica no hay piedad ni simpatía. Tampoco pasión; la venganza se sirve fría. Y en este caso, como en el de la primer ministro británica, no es el sujeto lo que le importa sino los efectos colaterales que su hacer representan. De hecho, Frears le niega a Armstrong incluso el honor de titular con su nombre su película.

Con motivo del estreno de Malditos vecinos se percibía, en medio de tanta ordinaria estulticia, la inquietud de no terminar de comprender cómo los mismos que se incomodan ante los delirios excesivos de Borat aplauden sin medida las tonterías de Nicholas Stoller repletas de chistes malos y ofensivos.

El cine francés, capaz de moverse en diferentes frentes sin perder el norte, mantiene su alta cuota de pantalla nacional gracias a un tipo de comedias románticas que han reiventado el viejo lema de cine de amor y lujo. Intocable fue uno de esos exponentes y Un hombre de altura, con una historia muy diferente, apunta al mismo público.