La adolescencia siempre alumbra películas sugerentes. Muchas veces, a partir de recuerdos de los cineastas que han utilizado reflejos de su autobiografía para apoyarse en esa sensación de certidumbre que provoca hablar de lo que se sabe, recrear lo que se recuerda. La lista es larga, de Ingmar Bergman a Richard Kelly, de Truffaut a Ray, del cine clásico al de ahora, los teenagers se saben material de película con sabor a experiencia propia.

El amor es más fuerte que las bombas se abre con el plano de un recién nacido y, sin embargo, quien preside su relato de comienzo a final es una madre muerta. En su interior vemos agitarse inquietas, (per)turbadas y desorientadas, tres presencias masculinas. Un padre, que fue actor pero que ahora da clases en un instituto juvenil, y sus dos hijos. Uno lo ha hecho abuelo, el otro, todavía arrastra el peso del acné juvenil y vive la zozobra de ser víctima de la tormenta de hormonas.

Entre las declaraciones de Oliver Hirschbiegel, director de este filme y autor consagrado por El hundimiento (2004), hay una referencia que se repite con frecuencia. Y de todos modos, aunque él no lo explicitara, la visión de sus películas también lo sugiere. El cine de Oliver Hirschbiegel (a)parece obsesionado con descifrar las claves del nazismo. Se diría que el cineasta alemán se ha empeñado en descifrar el enigma de ese comportamiento criminal y colectivo que implantó en Alemania la ignominia y el miedo.