Hace doce años, el Zinemaldi donostiarra presentaba una inesperada e interesante golosina fílmica:The Station Agent (Vías cruzadas). Con ella se presentaba un, entonces, desconocido Tom McCarthy. A juzgar por la originalidad del argumento, una suerte de vidas cruzadas a lo Altman, de ahí el “ingenioso” título español, la cosa prometía. Centrada en una estación de tren, una herencia estrafalaria, un protagonista aquejado de enanismo y un grupo de provincianos capaces de repensar otras formas de vida y otros agarraderos emocionales, ahí latía el inconfundible pulso indie forjado entre Sundance y Toronto.
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Durante el rodaje de Habemus Papam (2011), Nanni Moretti perdió a su madre. Ese desgarro, esa herida que jamás se cierra, le ha acompañado durante todo este tiempo. De ese dolor se alimenta esta película que obsesivamente gira y gira en torno a él mismo, alrededor de un cineasta cuyas películas se embriagan de su personalidad, esa materia de la que el director italiano parte para cuestionarlo todo desde su propia biografía.
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Rocky 7, como se conoce familiarmente la última entrega de Silvester Stallone en la piel de Balboa, parece cerrar el círculo de la vida haciendo suyo un volver a empezar. Lo que emerge en esta obra crepuscular es lo que se formulaba en la primera entrega de Rocky, aquella con la que Stallone se ancló a un personaje que no le ha abandonado jamás. Un argumento tópico y un guión simple es cuanto necesita este filme para reiterarse en un proceso que gira en torno a la épica del perdedor capaz de sublimar su destino.