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Edipo y la ¿opresiva? figura del padre
Título Original: STAR WARS: THE FORCE AWAKENS Dirección: J.J. Abrams Guión: Michael Arndt, J.J. Abrams y Lawrence Kasdan Intérpretes: Daisy Ridley, Domhnall Gleeson, Peter Mayhew, John Boyega, Mark Hamill, Carrie Fisher, Harrison Ford, Oscar Isaac y Adam Driver País: EE.UU. 2015 Duración: 135 minutos ESTRENO: Diciembre 2015
Star Wars, más que una serie de películas, es una devoción con reminiscencias religiosas. Una enfermedad que arrebata el juicio a quien la sufre y le lleva a considerar todo lo que tiene que ver con ella como algo sagrado, supremo, irrefutable. Sus feligreses levantan altares en sus casas, llenan sus hogares con reliquias y celebran exaltaciones, encuentros en los que, al igual que hacen los integrantes de las cofradías católicas, se disfrazan al uso de sus personajes. Y, así transformados, con la máscara a cuestas, acuden en masa a los eventos anuales como peregrinos en busca de indulgencias plenarias, a la espera de una aparición que nunca llega.
Si el lector profesa esta creencia, cualquier intento de analizar cinematográficamente su contenido le resultará tan inapropiado como tratar de hacer un estudio sobre las bondades literarias de la Biblia. Si las hay, es cosa irrelevante, lo sustancial está en la historia. Pero más allá de esa fervorosa mirada, resulta útil esbozar algunas valoraciones a este invento creado hace casi 40 años por George Lucas. Digamos que la fuente creativa de Lucas hace tiempo que se secó. De hecho, Lucas representa junto a Spielberg, el pilar fundamental que devolvió al cine USA el liderazgo mundial del negocio en los años 70 a costa de barrer el mal llamado y peor tratado cine de autor. Ambos son más hombres de negocios que verdaderos cineastas.
Nadie discute que Star Wars condicionó el imaginario occidental de la generación nacida en los 60, a la que luego se le han ido uniendo otros miembros nacidos en los 70, los 80 y los 90. Ahora, hasta los niños de tres años tararean su banda sonora.
El hecho es que, tras una notable aunque menos compacta y sólida de lo que aparenta trilogía (episodios IV, V y VI), Lucas abordó una precuela decepcionante, (episodios I, II y III), un sucedáneo incapaz de poder competir con el cine de acción del comienzo del siglo XXI. Un mal paso al que ahora le sucede este Star Wars que vuelve al origen. El hombre encargado de ello es un eficaz profesional, J. J. Abrams. Convertido en una suerte de resucitador, sus solventes éxitos en series de televisión como Perdidos, puso en sus manos los nuevos episodios de Star Treck y Misión Imposible. Y Abrams, lo hizo bien. Aquí repite solvencia. Es cierto que subraya el humor y que se conduce en algunos pasos con excesiva suficiencia y una pizca de sarcasmo. Pero no es menos cierto que conoce (y respeta) la pasta de la que están hechos la inmensa mayoría de acérrimos de Star Wars. Por otro lado, a diferencia de otras operaciones resucitadoras, aquí la afición está de su lado. Bastaba con agitar bien los estilemas de un relato hijo del cómic y la contracultura, para conseguir alta complicidad. Pero no hay que restarle méritos a Abrams. El despertar de la fuerza no traiciona a su título. Con esta entrega renace el espíritu que alguna vez tuvo Lucas antes de vender su alma a la mercadotecnia y el merchandising.
En esta continuación, la herencia cultural judía vuelve a invadirlo todo. En esta nueva versión, una chica marca el tono alto inspirada en la Sarah de Otomo. Aunque, no obstante y a la gloria de Freud, la figura paterna domina la espina vertebral de una tragedia empeñada en la eterna lucha entre el bien y el mal; entre la luz y la oscuridad con la que amanece la Biblia. En honor a la verdad, Abrams asume las modificaciones justas con una imaginería prestada. Aplica bien la fórmula: acción, espectacularidad y entretenimiento juvenil. La diferencia con la saga de George Miller, Mad Max, es que aquella es obra del padre-autor, hay riesgo y singularidad. Aquí el padre Lucas, lleva media vida contando las ganancias.
Si el lector profesa esta creencia, cualquier intento de analizar cinematográficamente su contenido le resultará tan inapropiado como tratar de hacer un estudio sobre las bondades literarias de la Biblia. Si las hay, es cosa irrelevante, lo sustancial está en la historia. Pero más allá de esa fervorosa mirada, resulta útil esbozar algunas valoraciones a este invento creado hace casi 40 años por George Lucas. Digamos que la fuente creativa de Lucas hace tiempo que se secó. De hecho, Lucas representa junto a Spielberg, el pilar fundamental que devolvió al cine USA el liderazgo mundial del negocio en los años 70 a costa de barrer el mal llamado y peor tratado cine de autor. Ambos son más hombres de negocios que verdaderos cineastas.
Nadie discute que Star Wars condicionó el imaginario occidental de la generación nacida en los 60, a la que luego se le han ido uniendo otros miembros nacidos en los 70, los 80 y los 90. Ahora, hasta los niños de tres años tararean su banda sonora.
El hecho es que, tras una notable aunque menos compacta y sólida de lo que aparenta trilogía (episodios IV, V y VI), Lucas abordó una precuela decepcionante, (episodios I, II y III), un sucedáneo incapaz de poder competir con el cine de acción del comienzo del siglo XXI. Un mal paso al que ahora le sucede este Star Wars que vuelve al origen. El hombre encargado de ello es un eficaz profesional, J. J. Abrams. Convertido en una suerte de resucitador, sus solventes éxitos en series de televisión como Perdidos, puso en sus manos los nuevos episodios de Star Treck y Misión Imposible. Y Abrams, lo hizo bien. Aquí repite solvencia. Es cierto que subraya el humor y que se conduce en algunos pasos con excesiva suficiencia y una pizca de sarcasmo. Pero no es menos cierto que conoce (y respeta) la pasta de la que están hechos la inmensa mayoría de acérrimos de Star Wars. Por otro lado, a diferencia de otras operaciones resucitadoras, aquí la afición está de su lado. Bastaba con agitar bien los estilemas de un relato hijo del cómic y la contracultura, para conseguir alta complicidad. Pero no hay que restarle méritos a Abrams. El despertar de la fuerza no traiciona a su título. Con esta entrega renace el espíritu que alguna vez tuvo Lucas antes de vender su alma a la mercadotecnia y el merchandising.
En esta continuación, la herencia cultural judía vuelve a invadirlo todo. En esta nueva versión, una chica marca el tono alto inspirada en la Sarah de Otomo. Aunque, no obstante y a la gloria de Freud, la figura paterna domina la espina vertebral de una tragedia empeñada en la eterna lucha entre el bien y el mal; entre la luz y la oscuridad con la que amanece la Biblia. En honor a la verdad, Abrams asume las modificaciones justas con una imaginería prestada. Aplica bien la fórmula: acción, espectacularidad y entretenimiento juvenil. La diferencia con la saga de George Miller, Mad Max, es que aquella es obra del padre-autor, hay riesgo y singularidad. Aquí el padre Lucas, lleva media vida contando las ganancias.