Hay dos relámpagos de duda en el discurso patriótico que realiza Steven Spielberg en El puente de los espías. Suele pasar. Cuando llegan a la madurez de su carrera, cuando comienza la epifanía del ocaso, las personas sensibles titubean. En el caso de los directores norteamericanos que más han contribuido a perfilar los iconos del American Way of Life, esa sensación de pérdida y desorientación adquiere un tono agridulce, un pellizco de paradoja.

En la anterior entrega de Pixar, Del revés, la factoría daba peligrosas señales de agotamiento pese a que muchas reseñas críticas no lo querían ver. De hecho, nunca como hasta ese momento, en su zona central, un filme de Pixar había necesitado saquear legados ajenos. Pese a sus muchos aciertos, a Del revés le faltaba aire. En su férrea estructura. la rigidez de la misma le quitaba su mejor virtud, la capacidad de abrazarse a la heterodoxia para reinventar lo inventado.

Hsiao Hsien practica un cine personal, inconfundible, revelador. Da igual el tema, el tiempo, el género e incluso la historia que encierren sus películas. Al final siempre se halla en ellas una sacudida que estremece. En The assassin, bajo su ropaje de wuxia, con el pretexto de una trama hermética de confabulaciones de alcoba y sangre, el director taiwanés descubre una de sus más inspiradas páginas. Más allá del laberíntico devenir de ecos siniestros, venganzas familiares y proclamas lapidarias, el paisaje deviene en texto.