Cada varios minutos, Langosta, una montaña rusa tan inclasificable como notable, imprime un nuevo giro a su guión. La última película de Yorgos Lanthimos (como las anteriores), no tiene nada que ver con el cine prefabricado. Su naturaleza se sabe radical, opuesta a esos relatos fílmicos previsibles y edulcorados que masajean la pereza del espectador a fuerza de obsequiarle con caramelos inofensivos. En nada se parece el cine de Yorgos Lanthimos a esos puzzles infantiles ideados para adular la torpeza del público y disfrazar su simpleza.

La sombra de Rivette además de alargada, en este caso, ha sido mitificada por el escándalo y acrecentada por la leyenda. La cuestión es que hace 50 años, el pulmón intelectual de la Nouvelle Vague, Jacques Rivette, se echó a la espalda el texto de Diderot y sin complejos de culpa ni pagar peaje con la Historia, adaptó este relato en medio de escándalos y absurdas prohibiciones.

El fluido vital, la gasolina que alimenta el motor de La novia, segundo largo de Paula Ortiz, debe mucho a Federico García Lorca y sus Bodas de sangre. Así, Ortiz arranca de una mirada ensimismada por ese estremecimiento poético tan propio del autor de Yerma, tan adobado por aromas de estampa racial, habitado por raíces de tierra, “quejíos” y miseria.
Nacida en 1979, en Zaragoza, Paula Ortiz debutó al frente de su primer largometraje en 2010. Se titulaba De tu ventana a la mía.