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El negociador de Brooklyn y las dudas de Spielberg
Título Original: BRIDGE OF SPIES Dirección: Steven Spielberg Guión: Matt Charman, Ethan Coen y Joel Coen Intérpretes: Tom Hanks, Mark Rylance, Amy Ryan, Alan Alda, Scott Shepherd, Sebastian Koch y Billy Magnussen País: EE.UU. 2015 Duración: 135 minutos ESTRENO: Diciembre 2015
Hay dos relámpagos de duda en el discurso patriótico que realiza Steven Spielberg en El puente de los espías. Suele pasar. Cuando llegan a la madurez de su carrera, cuando comienza la epifanía del ocaso, las personas sensibles titubean. En el caso de los directores norteamericanos que más han contribuido a perfilar los iconos del American Way of Life, esa sensación de pérdida y desorientación adquiere un tono agridulce, un pellizco de paradoja. Le sucedió al John Ford que resurgió tras saber y recorrer el horror de la segunda guerra mundial. Y lo mismo aconteció con el Frank Capra de las últimas películas, aquellas en las que el idealismo de sus héroes sin nombre dejó paso a la penumbra de la descomposición y la muerte. En ambos casos, ese descenso hacia el infierno de lo real tuvo lugar en plena caza de brujas, ante la emergencia del núcleo duro de la llamada guerra fría.
En este filme, Spielberg se ubica en ese tiempo oscuro. Se sirve de una figura histórica y recorre con ella, en un hacer antológico, los principales estilemas de la cara seria de su carrera. En El puente de los espías aparece un Spielberg maduro pertrechado en sus principales querencias. Aquí hay resortes de la fascinación por la estética militar, de El imperio del Sol a Salvad al soldado Ryan, de War Horse a La lista de Schindler. Aquí, como en los precedentes que se señalan, en medio de la batalla, Spielberg diseña esas imágenes imposibles como la visión a través del agujero del paracaídas del soldado yanqui derribado en territorio soviético. Arabescos soñados para asumir la tragedia bélica. Una sublimación sospechosa de escapismo y acusada de frívola, como lo fue en el caso de los campos nazis y la matanza de judíos sistematizada,
Como en La lista de Schindler, Spielberg levanta este fresco histórico que muestra el origen del muro de Berlín, haciendo de un hombre, en principio un ciudadano sin renombre, el centro de su interés y el objeto de su nuevo monumento al héroe discreto.
El puente de los espías es puro cine Spielberg. Ahí está Tom Hanks para reforzar su temperatura. Un Hanks adulto, de rostro gastado y mirada rota. La suya es una buena actuación, como la del resto de un reparto que sigue fiel los mandatos del director-productor. Esa es la cuestión.
Hace ya mucho tiempo, quizá siempre fue así, que el Spielberg productor se muestra más acertado e influyente que el Spielberg director. El productor sabe escoger para su filme los mejores mimbres. Si en sus últimos largometrajes los guiones flojeaban, aquí están los hermanos Coen para darle consistencia. Fotografía, música, dirección artística, interpretación, todo obedece al cine fórmula bien pagado y al texto afilado con intención y causa. Así es Spielberg. Un buen patriota judio que en este filme se las arregla para convertir a un empecinado abogado de Brooklyn en un imbatible negociador que obtiene el doble de lo que entrega. Por ahí se desgarra Spielberg, por el empeño de divertir y publicitar a toda costa la superioridad de “USA/América”. Sin embargo, en ese cine escrito al dictado de los manuales de guión (nada arriesga, nada experimenta), hay un par de instantes en los que su figura central, tras vencer a los rusos, (pre)siente la viga en la mirada propia. En ambos instantes, James Donovan, el abogado que interpreta Hanks, intuye que las semejanzas entre los países comunistas y EE.UU. son más de las que desea. Pero no es baladí que Spielberg quite hierro a Moscú y cargue las tintas contra Alemania. Y si el productor da puntadas con hilo político de barras y estrellas; ¿deberemos creer en la sinceridad de las dudas del Spielberg cineasta?
En este filme, Spielberg se ubica en ese tiempo oscuro. Se sirve de una figura histórica y recorre con ella, en un hacer antológico, los principales estilemas de la cara seria de su carrera. En El puente de los espías aparece un Spielberg maduro pertrechado en sus principales querencias. Aquí hay resortes de la fascinación por la estética militar, de El imperio del Sol a Salvad al soldado Ryan, de War Horse a La lista de Schindler. Aquí, como en los precedentes que se señalan, en medio de la batalla, Spielberg diseña esas imágenes imposibles como la visión a través del agujero del paracaídas del soldado yanqui derribado en territorio soviético. Arabescos soñados para asumir la tragedia bélica. Una sublimación sospechosa de escapismo y acusada de frívola, como lo fue en el caso de los campos nazis y la matanza de judíos sistematizada,
Como en La lista de Schindler, Spielberg levanta este fresco histórico que muestra el origen del muro de Berlín, haciendo de un hombre, en principio un ciudadano sin renombre, el centro de su interés y el objeto de su nuevo monumento al héroe discreto.
El puente de los espías es puro cine Spielberg. Ahí está Tom Hanks para reforzar su temperatura. Un Hanks adulto, de rostro gastado y mirada rota. La suya es una buena actuación, como la del resto de un reparto que sigue fiel los mandatos del director-productor. Esa es la cuestión.
Hace ya mucho tiempo, quizá siempre fue así, que el Spielberg productor se muestra más acertado e influyente que el Spielberg director. El productor sabe escoger para su filme los mejores mimbres. Si en sus últimos largometrajes los guiones flojeaban, aquí están los hermanos Coen para darle consistencia. Fotografía, música, dirección artística, interpretación, todo obedece al cine fórmula bien pagado y al texto afilado con intención y causa. Así es Spielberg. Un buen patriota judio que en este filme se las arregla para convertir a un empecinado abogado de Brooklyn en un imbatible negociador que obtiene el doble de lo que entrega. Por ahí se desgarra Spielberg, por el empeño de divertir y publicitar a toda costa la superioridad de “USA/América”. Sin embargo, en ese cine escrito al dictado de los manuales de guión (nada arriesga, nada experimenta), hay un par de instantes en los que su figura central, tras vencer a los rusos, (pre)siente la viga en la mirada propia. En ambos instantes, James Donovan, el abogado que interpreta Hanks, intuye que las semejanzas entre los países comunistas y EE.UU. son más de las que desea. Pero no es baladí que Spielberg quite hierro a Moscú y cargue las tintas contra Alemania. Y si el productor da puntadas con hilo político de barras y estrellas; ¿deberemos creer en la sinceridad de las dudas del Spielberg cineasta?