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Amélie insatisfecha
Tìtulo original: THÈRÈSE DESQUEYROUX Dirección: Claude Miller Guión: Claude Miller y Natalie Cartera partir de la novela  de François Mauriac Intérpretes: Audrey Tautou, Gilles Lellouche, Anaïs Demoustier y Catherine Arditi  Nacionalidad:   Francia. 2012   Duración: 110 minutos ESTRENO: Septiembre 2013

Sobre Thérèse D. se teje un velo distorsionador, unas sombras externas que sin duda han determinado su realidad. Se trata de la obra póstuma de Claude Miller, un realizador francés que ha ocupado un discreto lugar en una cinematografía acostumbrada a alumbrar movimientos y autores de enorme predicamento. En ese panorama Miller  aparece como un francotirador de quien se recuerda especialmente un filme, La pequeña ladrona (1988). Pues bien, Miller falleció en 2012, justo cuando acababa de montar esta historia que hunde sus raíces en el filme Thérèse Desqueyroux (1962) de Georges Franju. Basado en la novela del mismo título de François Mauriac, Franju coescribió con el escritor y con Claude Mauriac el guión de una película de la que todavía perdura la inquietante química que destilaba el (des)emparejamiento entre  la inolvidable Emmanuelle Riva (recientemente protagonista de Amor de Haneke) y el siempre inmenso Philippe Noiret.
Hasta aquí los precedentes. Un director, Miller, de pegada ligera; un legado importante, la novela de Mauriac, y un filme de Franju pantanoso, sugerente, muy complicado de mejorar. Además, como guinda, una elección de alto riesgo para su principal protagonista,  Audrey Tautou. Recordemos que por ese papel, Emmanuelle Riva ganó el león de Venecia.
Volvamos a la esencia del relato de Thérèse D. Su contenido gira en torno a la insatisfacción, a la asfixia de una mujer de provincias, una burguesa ambiciosa y moderna en un tiempo y un lugar en el que ser mujer e independiente eran motivo de sospecha. Tanto Mauriac como Franju se asomaron al abismo de la psique de su protagonista para enunciar el arrebato que lleva al crimen y para descifrar el principio que lleva a perdonar. Thérèse cultiva una lección sobre los oscuros motivos de la condición humana, sobre los pliegues de la desesperación, sobre el cáncer de la envidia y el veneno de la frustración. Como Mauriac y Franju, Miller no desea juzgar a Thérèse, en consecuencia no hay un veredicto en su película. Pero a diferencia de Franju, Miller, en una discutible elección, prefiere comenzar por el principio, por la adolescencia de su protagonista. La retrata en pleno verano, en la emergencia de su sensualidad, en el albor de sus sueños. Y desde allí, el relato avanza lineal, ordenado, a pleno sol.
El primer deslumbramiento surge cuando su adolescente entra en la veintena. Entonces aparece Audrey Tautou con la cruz de Amélie a cuestas. Con cerca de cuarenta años, Audrey no puede conferir legitimidad a su Thérèse. Se comprende que la actriz asumiera crear este personaje tan oscuro e insondable, en las antípodas de Amélie. Tautou lleva años tratando de borrarla… pero cuantos más recovecos y angustias presentan sus nuevos personajes, más evidente se hacen sus limitaciones para encarnar la complejidad del deseo y  la insatisfacción de la impotencia.
Tampoco Miller era un cineasta para incursiones de alta densidad. De hecho, su opción es la belleza de una fotografía rural, el juego con la naturaleza, el esplendor de la recreación de una época y una épica de querencia impresionista. Miller reniega del magisterio de la incertidumbre de Franju, tanto como huye del excavador de conciencias que era Mauriac. Se queda con la anécdota, con la epidermis de un periplo que convierte a una jovencita deseosa de poseer en una homicida loca por escapar. A su lado, con tanta importancia o más que ella, una serie de personajes definen y emblematizan una manera de vivir y con ella, unas pasiones sin tiempo ni espacio. Una lección universal sobre la aflicción que aquí se lustra pero nunca se ilustra.

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