Aunque el referente hegemónico del vampirismo suele ser masculino, desde Nosferatu a Drácula, se suele obviar que el origen de los no muertos descansa en la historia de la condesa eslovaca Erzsébet Báthory nacida en 1560, en el boyante y sanguinario tiempo del imperio austrohúngaro.

Itsván Szabo nació en plena guerra civil española, (Budapest, 18 de febrero de 1938), cuando el Ebro se preparaba para la más sanguinaria batalla de su historia. En ese tiempo, Szabo era demasiado niño pero su adolescencia y juventud supo del totalitarismo stalinista, de la guerra fría y de sus demonios.

En tiempos blandos, aunque los de ahora mismo más que blandos resultan moralmente idiotas, la corrección política imperante favorece cultivar una visión buenista de la tercera edad. Bajo ese prisma que alcanzó su esplendor en el conmovedor “Buenos días” de Yasujiro Ozu, se suele retratar a los progenitores con un aura de abnegación y bondad, y víctimas del abandono.

Jirí Menzel emergió en 1966 como un relámpago. Acababa de filmar su primer largometraje, “Trenes rigurosamente vigilados”, un filme poderoso que ganó el Óscar de aquel año. Su éxito preludiaba un cambio social y Menzel aparecía en lo más alto de la cresta de la denominada Nueva Ola Checa.

A la nouvelle vague no le gustaba Claude Lelouch. Ahora, cuando de aquel proyecto apenas sobrevive el hechicero mayor, Jean Luc Godard, a quien Agnes Varda calificó de rata, el tiempo ratifica sus opinión. Y además se han librado de ver lo peor de Lelouch. Si el Lelouch que hace 53 años filmó “Un hombre y una mujer” con sus “dabadabada” y eso sí, la sensualidad desbordada de Anouk Aimée y Trintignant, les parecía cursi; el que ahora sostiene “Los años más bellos de una vida” los habría aniquilado.