En apenas dos secuencias, Kruithof, un director que ahora empieza, previene al espectador de que no se lo va a poner fácil. Su puesta en imágenes ambiciona un acabado formal, una estética de arabescos y geometrías.
En este filme de Oliver Stone hay un detalle mínimo que a la inmensa mayoría le pasará desapercibido. Se nos dice que una de las películas favoritas de Snowden es Ghost in the Shell. Esa obra mayor del anime japonés -que está a punto de ser traicionada por Hollywood-, plantea el advenimiento del hombre nuevo. En realidad, de una mujer cuya identidad física resulta intangible porque su naturaleza reposa en la red informática. Snowden, el espía que se cansó de espiar y que denunció a su propio país, EE.UU., por su ilícito afán de controlar todo, era un patriota.
Estamos huérfanos de un cine que tome partido con la realidad, que se manche en sus retratos, que destape lo que sospechamos pero no se airea. Por esa falta de costumbre cuando nos llega un filme como éste, El hombre de las mil caras, y nos obligar a conjugar el recuerdo que percibimos como real, con lo recreado que sin duda está mejor documentado pero nos suena a artificio, no sabemos qué cara poner.
La figura de Ramón Mercader, el asesino de León Trotski, despierta tanta curiosidad como desconcierto. Es la suya, una historia que transciende el hecho del asesinato y va mucho más allá de la talla de sus protagonistas. Estamos ante un hecho que emerge como el símbolo de toda una época. Se podría decir que su realidad se impone como un negro acertijo en cuyas entrañas se inscribe la naturaleza de lo que fue la parte nuclear del siglo XX.
A James Cameron se le recuerda por sus empresas desmesuradas, por esos filmes mastodónticos que destrozaban hitos de recaudación al tiempo que abrían nuevas formas o imponían modelos a imitar. Nadie ignora que Cameron fue el creador de Titanic, de Avatar, de Terminator e incluso de la segunda entrega de Aliens.
Meta en la coctelera una buena base del espía más famoso de todos los tiempos, el que estaba al Servicio de su Majestad… James Bond. Luego, añada una pequeña pero sustancial cantidad de Superagente 86. Derrame también unas cuantas gotas de Los vengadores y finalmente, ya a discreción, para evitar sabores añejos, rocíe todo con referencias contemporáneas.