El día que “Torrente, el brazo tonto de la ley” (1998) reventó la taquilla, Santiago Segura aprendió una lección: la pasta va para el productor. Para los autores quedan los aplausos; algo que activa la autoestima pero que no paga hipotecas ni provee sustentos.
Empezar con “El garrotín” de Smash y titular la película con un tema mítico de las Grecas, predispone a soñar que nos espera una película tensa e intensa, aunque se intuya que aquí nos aguarda material histórico ablandado por la nostalgia.
En 1999, cuando el siglo XX echaba la persiana, apareció Félix Viscarret (Pamplona, 1975). Traía de su aventura estadounidense un corto bajo el brazo titulado “Dreamers”. Un trabajo de fin de curso muy especial filmado en Nueva Jersey con la ayuda de la amistad.
Álex Lora no la utiliza pero podría ser un perfecto epitafio que sonase en el The End de “Unicornios” aquella copla de Manuel Quiroga para Estrellita Castro, titulada “María de la O”. En la película, a Isa (Greta Fernández), le encaja perfectamente aquello de “qué desgraciadita tú eres teniéndolo tó”.
Con claustrofobia kafkiana y férrea carpintería teatral, “Upon Entry” apuesta por lo esencial. En menos de 80 minutos radiografía a sus personajes. Tanto a los que son interrogados como a quienes les devoran burlando el borde abisal de la legalidad tolerada y de la (re)presión tolerable. Alejandro Rojas y Sebastián Vásquez diseccionan gestos, palabras, antojos.
Cuando secuencia a secuencia, quiebro a quiebro, “La desconocida” se acerca a su último minuto con un plano largo de inequívoco sabor a despedida, el público percibirá que si al comenzar la película nada sabía de “La desconocida”, cuando el filme ya agoniza, sigue sabiendo muy poco de ella.
El personaje de Laia Costa, Irene, ha sido escrito sin piedad y la actriz le da la convicción necesaria para que resulte tan creíble como comprensible, tan adyacente como aborrecible. Para sellar cualquier grieta que pudiera surgir en ese retrato de dama nada adorable, la directora y coguionista desarrolla una puesta en escena que conjuga la belleza con la precisión, lo que se cuenta con lo que se sugiere.
Almodóvar comienza su primer western, que ni es western ni es largo, con el manual de John Ford bajo el brazo. Como relata Steven Spielberg en “Los Fabelman” al reconstruir la fugaz conversación entre el autor de “Tiburón”, o sea él mismo, y el viejo maestro de “El hombre tranquilo”, o sea John Ford: en el arte cinematográfico la clave está en saber cómo colocar la cámara en relación con el horizonte. O arriba o abajo pero jamás en medio; esa es la “boutade”.
“Sica” es el diminutivo de “Nausica”. Un nombre de origen griego con el que Homero designa a la hija de Alcínoo, el rey de los feacios, la joven que encontró a Odiseo en la playa, tras su naufragio.
“La quietud en la tormenta” posee la atractiva convicción de esos instantes, de esos relatos, que se sienten únicos. Ha sido impresa en un blanco y negro de suaves contrastes pero sin evitar algunos contraluces que, a veces, oscurecen el todo. Baila sobre una línea temporal resquebrajada; antes la hubiéramos tildado de cubista, hoy se hablará quizá del metaverso.