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Como Jorge Oteiza, Hayao Miyazaki (5 de enero de 1941) se abrazó a la senectud antes de cumplir los sesenta años. Quiso hacerse viejo antes de serlo.  Así pues, se convirtió en (venerable) patriarca al anunciar que su tiempo ya había acabado. Investido con los atributos que se presupone a la ancianidad, entre otros, la sabiduría y el cansancio; el autor de «La princesa Mononoke» lleva años diciendo que se va, que su obra ya ha concluido.

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Luego aclararemos si “Beau” tiene miedo y a qué,  pero de entrada se constata que de lo que podría carecer su director, Ari Aster (Nueva York, 1986),  es de sentido de la medida. Se ha tildado su última obra con argumento tan irrefutables como autocomplacidos, de descomunal, hiperbólica, exagerada, desproporcionada, pomposa y retumbante.

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n lengua persa, la mantícora, esa criatura fantástica, cara de hombre, cuerpo de león, cola de escorpión, se denomina “merthykhuwar” o “martiora” y significa literalmente: «devorador de hombres». En los años 70, Emerson, Lake and Palmer, referencia sustancial del rock progresivo que fundía la música clásica con los nuevos instrumentos electrónicos, denominaron con su nombre el sello discográfico en el que editaron su obra más conceptual: “Tarkus”.

En su idioma original, “cave” significa bodega, sótano, pero también cueva y quizá sea esa la acepción que mejor define lo que aquí acontece, porque en su trasfondo se respira ese retorno a las cavernas que hoy nos define. Con insensato arrojo, Philippe Le Guay se adentra en  territorio hostil, en campo minado con un argumentario del que sabe no saldrá bien librado.

Postergada por una u otra razón, “Under the Skin” lleva siete años de vida clandestina para el público español. Convertida en pieza de culto, objeto de veneración para los iniciados, para los que frecuentan festivales o se mueven bien en los pliegues de internet navegando en busca de obras perdidas, ni siquiera cuando se supo que Avalon la iba a estrenar quiso acompañarle la suerte.

La bruja se abre con un juicio y concluye con un akelarre. O sea, da una vuelta de tuerca a un tema clásico. Pero hay más, mucho más. La bruja se ubica cronológicamente en la zona cero del nacimiento de los EE.UU., en el laberinto del siglo XVII, en ese país al que, ahora, un millonario racista y pendenciero llamado Trump convoca a un tiempo de ira, sangre y miedo. Así que no es casualidad que este filme estremezca y conmueva en estos momentos.