Cinco años separa «Campeones» de «Campeonex» pero conceptualmente entre ellas se abre un abismo generacional, el que marca la división del siglo XX y el siglo XXI. En el filme de 2018, Javier Fesser hacía una ingeniosa digestión del cine deportivo que desde los años 30 y 40 ha venido practicando el Hollywood clásico.
Ciertamente los protagonistas de “La consagración de la primavera” de Fernando Franco ya han pasado de la adolescencia según el canon imperante en el tiempo de Igor Stravinski. Pero hoy la adolescencia se prolonga sin fin en el refugio de la casa materna; de modo que Laura y
David perfectamente pueden representar esa danza de los adolescentes que se baila en “La consagración”.
Repleta de lugares comunes y de chistes viejos, “¿saben el del sordo que se enfada porque cree que le llaman gordo?”, “Estamos hechos para entendernos” desafía la lógica de la buena programación. En tiempo donde las audiencias se resisten a pasar por las salas, estrenos como éste juegan a favor de las plataformas. Es decir, como la mayor parte de lo que en ellas se propone, estamos ante una nadería.
En apenas cinco minutos “Adiós, idiotas” nos presenta meridianamente su trama. La cosa va de dos restos humanos, dos ciudadanos anónimos a los que les queda poco o nada que esperar en la vida. Ni siquiera pueden refugiarse en la identidad de sus apellidos.
Si quien esto lee pertenece al tipo de público que no hace ascos a la sobredosis de insulina, a las buenas intenciones y a los cuentecillos con finales felices, encontrarán los siguientes juicios poco empáticos y, tal vez, excesivamente displicentes.