Cuando Tom Hanks rodó “Big” (1988), el actor, que acaba de cumplir 64 años, estaba considerado como el novio de América. Aquella fábula por la que un niño de 13 años acababa habitando en un cuerpo de un adulto de 30, se convirtió en la comedia del momento y en la reivindicación de que resulta pernicioso perder al niño que una vez todos hemos sido.

Cuando Yip Harsburg y Harold Arlen alumbraron, entre otros temas, “Over the Rainbow” para “El mago de Oz”, no sospecharon que esculpían una leyenda. Años después, en 1978, su canción vistió la bandera del movimiento LGTBI. El arcoiris de Dorothy se transformó en talismán de la reivindicación del orgullo gay. Pero para entonces, Judy Garland, que murió 9 años antes, era un icono sagrado, imitado y llorado.

Sin posibilidad de sintetizar en este espacio lo que “El irlandés” representa, habrá que optar por el orden telegráfico.Todo en la última película de Martin Scorsese se complace en un perverso juego de afirmación y negación; nada es lo que parece, pero todo acaba por ser lo esperado.

Ursula Macfatlane, guionista y directora de este documental, no se sale del pentagrama clásico del género. Lo suyo sabe del academicismo de los años 60 cuando se trataba de documentar un tema de culpabilidad y denuncia. Como en un proceso judicial, la documentalista sigue un orden cronológico y lineal por el que, testimonio a testimonio, acusación a acusación, el reo acabará conducido a su derrota. El reo se llama Harvey Weinstein y fue, al menos, el 50% de Miramax.

Le debemos a Mark Cousins una notable enciclopedia del cine. Un oportuno compendio audiovisual donde se repasa lo que ha sido la historia del arte cinematográfico. La popularidad de dicho trabajo que algunos, con perezosa osadía, llegaron a comparar con Historias du Cinéma de Godard, parece afectar la actitud con la que Cousins se enfrenta ahora a este ensayo en torno a la obra y figura de Orson Welles.

Hay un doble atractivo en la propuesta de este documental. El primero proviene de su contenido. Que gire en torno a una de las figuras más poderosas de la historia del cine, Ingmar Bergman, supone acercarse e incluso asomarse al interior de uno de los legados fílmicos más desgarradores, ásperos y brillantes que jamás se han escrito.

La misma usura empresarial e idéntico hambre de beneficios que sostenían a “Bohemian Rapsody” asisten a “Rocketman”, con el anhelo de llegar todavía algo más lejos. De ganar más. De hecho, digamos que, de partida, ya se habían desbrozado los tropiezos que arañaron el origen del filme sobre Queen. Como es sabido, “Bohemian Rapsody” comenzó bajo la dirección de Bryan Singer, un profesional de cuajo y mirada, con trayectoria algo errática y desconcertante, pero hacedor de títulos cuando menos notables. A los tres meses, el autor de “Sospechosos habituales”, “Verano de corrupción” y la casi totalidad y mejor parte de las entregas de los “X Men”, fue fulminantemente despedido.

Las dos únicas bombas atómicas arrojadas contra la humanidad arrasaron Japón, pero avisaban a la URSS. En realidad fueron una macabra y criminal amenaza. Para entonces, agosto de 1945, los japoneses solo (man)tenían su código de honor porque la derrota ya estaba consumada.

Conocido como uno de los lugartenientes de Spielberg, escribió para él “1941”, Zemeckis pertenece a su misma escuela. Le debemos éxitos incontestables como “Regreso al futuro”, “Forrest Gump”, “Náufrago” y “Contact”. Algunas de ellas, se han convertido en películas generacionales, obras de culto a las que sus feligreses no permiten poner en duda.