Julian Schnabel fue pintor antes que director de cine. De hecho, su iniciación en el mundo audiovisual, su consagración, tuvo lugar cuando decidió contar la historia de Basquiat en 1996. Con él había compartido un tiempo en el que ambos artistas representaron la renovación del arte neoyorquino del final del siglo XX.
Nadie como la maquinaria social estadounidense para reconocer sus propias culpas históricas, sus grandes desfalcos y sus peores crímenes. Y nada como el cine norteamericano para mostrarlas y hacer caja con ello.