Concebida como una ópera épica -solemnidad sobre esplendor, ritualización sobre impostura, todo cuanto se da cita en “El hombre del norte” reclama el exceso y la excelencia. Su historia, con la que Shakespeare alumbró hasta devorar en demencia a “Hamlet”, abruma y desarma por su esencialidad.

La joven vecina de al lado -ese era el principal encanto de la Sandra Bullock de sus inicios-, ya ha cumplido 57 años. Pero ni se da por aludida ni parece dispuesta a renunciar a perpetuarse en personajes que mezclan la acción con la comedia romántica pese a que ha anunciado que, tras este filme, se dedicaría un tiempo al cuidado de sus hijos.

No es casualidad que al hablar de esta película de dibujos animados, se traiga a colación dos obras anteriores de su realizador: “Escuela de rock” y “Boyhood”. Si algo determina lo que “Apolo 10 y medio” contiene, es una mirada a la propia infancia del guionista y realizador y una recreación trepidante de la banda sonora que llenó los silencios de aquel tiempo en el que se maceraron las señas de identidad que conforman su personalidad como cineasta.

Declaraba recientemente Denis Villeneuve que “demasiadas películas de Marvel no son más que un corta y pega”. No le falta razón. Especialmente en los últimos tiempos en los que la fábrica de superhéroes ha entrado en un peligroso declive por culpa de ese “más difícil todavía” que busca en el ruido lo que no sabe cultivar en el texto.

No he hecho las cuentas pero parece cabal afirmar que, probablemente, Jaume Collet-Serra sea el director español cuyas películas han visto más gente en el mundo. Tan solo Juan Antonio Bayona le puede disputar el trono. De hecho, entre los dos cuentan más espectadores que todo el resto del cine español contemporáneo.

En los 70 y en los 80 las máquinas recreativas, los reclamos de las salas de juego, se servían del imaginario de los grandes éxitos de Hollywood. Indiana Jones, Star Wars, Tiburón… y decenas de títulos ilustraban los mismos “clippers” con idéntico resultado: eran mero pretexto, en nada alteraban la esencia del juego.

El mayor enemigo de Pixar es el propio Pixar. El baremo por el que se medirá a “Onward” hay que buscarlo en precedentes como “Up” y “Buscando a Nemo”. Y ese luchar contra sí mismo, lastra la capacidad de sorprender de la compañía, pese a que (casi) siempre garantice una calidad media más que notable.