Al parecer la recomendación de no echar queso parmesano en un plato de pescado carece de base científica. Y si se apura, tal vez ni siquiera posea una coartada histórica. Todo lo más, por encontrar razones al dicho, se sugiere que en el pasado, la presencia de un queso fuerte en pescados de dudosa frescura, disimulaba sus condiciones a cambio de garantizar digestiones atormentadas. 

Ante un abarrotado palacio de congresos de Pamplona, con el récord guinness de arquitectos por metro cuadrado en un auditorio -entre ellos se paseaban varios premios Pritzker-, Zizek el incombustible, el polemista capaz de discutir con el diablo sin perder tiempo ni formas, abrió su intervención con una sentencia impagable acogida con sonrisas heladas.

Nada, o casi nada, es lo que parece ser con (y en) “Benedetta”. Las prohibiciones de Rusia, la recogida de firmas de Perú o la frialdad de Cannes, no dañan la superficie de acero de un filme casi testamentario a cargo de un Paul Verhoeven que ha cumplido los 82.

Declaraba recientemente Denis Villeneuve que “demasiadas películas de Marvel no son más que un corta y pega”. No le falta razón. Especialmente en los últimos tiempos en los que la fábrica de superhéroes ha entrado en un peligroso declive por culpa de ese “más difícil todavía” que busca en el ruido lo que no sabe cultivar en el texto.

Maixabel Lasa, o sea la figura que sostiene esta película abordada con actitud artesanal y sumo respeto por Icíar Bollaín, se convierte en santo y seña de cuanto impera en una recreación que dice hablar sobre el perdón, pero que se debe a la ilustración de una actitud tan ejemplar como insólita.