Todo empieza y todo acaba a bordo de una embarcación con nombre de mujer. En ese todo, marcado por una elipsis temporal de varios años, un tío y su sobrino vivirán la tragedia en primer plano, sabrán de la muerte y aprenderán -qué remedio- a vivir con ese sapo dentro. Kenneth Lonergan, guionista y director, o sea autor al cien por cien de lo que encierra este relato, esculpe en un tiempo masculino, un espacio de orfandad donde el elemento femenino aparece por ausencia, se impone por referencia, y su presencia siempre se antoja como algo lejano.

Si se toman la molestia de acudir a las fuentes originarias, observarán que todo lo que aquí se cuenta, extraído del libro de Deborah Lipstadt, tiene sus pies manchados por el barro de lo real. Reales, en cuanto existentes, son los principales personajes de este duelo en torno a la existencia de los campos de exterminio programados por los jerarcas nazis y la ridícula obsesión de negar que existieron.

Debutar con El sexto sentido, un filme que vieron incluso los que nunca ven nada, acumula tanto lastre, tanta envidia, tanta suspicacia, que hace imposible pensar qué se puede hacer después de seducir a medio mundo con una obra tan vertebral como emblematizadora. Aquel “veo muertos” lo repetían incluso los que nada sabían de Shyamalan y su película, Para el cineasta de origen indio, un atribulado y precoz director que, cuando niño, en lugar de juguetes trasteaba con cámaras, el lastre se convirtió en losa y la losa casi en epitafio.

Basada en hechos reales, al final de Loving, segundos antes de que salgan los créditos, su director, Jeff Nichols, rescata la imagen real de los verdaderos protagonistas en un encuadre exacto al que hemos visto durante la recreación de su desventura. Se trata de un recurso mil veces utilizado que, en este caso, debe ser leído como una declaración de intenciones de Jeff Nichols.

Convertido en un valor seguro en el mercado del cine de terror, Mike Flanagan (Absentia, 2011; Oculus, 2013; Hush y Ouija: Origin of Evil, 2016) forja un nuevo título fiel a sus antecedentes y presupuestos. Nacido en 1978, en Salem, EE.UU., Mike Flanagan pertenece a una generación que esta reformulando unas nuevas claves para el género del fanta-terror.

La novela que suministra aire a La luz entre los océanos destila la esencia del folletín. Basta con esperar quince minutos para saber que Derek Cianfrance se ha embarcado en esta travesía con un material altamente inflamable. Su guión no pertenece a este tiempo. Si se hubiera filmado hace ochenta años por Griffith nadie le pondría pegas. Si hace cuarenta hubiera encontrado un director como David Lean, todo se habría aceptado.

Su paseo triunfal por festivales como Cannes, San Sebastián, Toronto, Sevilla,… hacen de Toni Erdmann una de las revelaciones del año. Es de temer que le acompañan demasiados aplausos, lo que puede distorsionar la verdadera naturaleza de un filme incómodo y cortante.
No es cine fácil y exige del público un esfuerzo añadido.

Fiel a su ideario, a Mateo Gil hay que reconocerle la singular firmeza de apostar por historias nada convencionales. No lo son. Ni los guiones que ideó para Amenábar (Tesis, Abre los ojos, Mar adentro, Ágora) ni los que le sirvieron para sus propias películas: Nadie conoce a nadie y Blackthorn. Tampoco frecuenta el lugar común del cine español este Proyecto Lázaro estructurado en dos niveles, concebido con dos estéticas para diferenciar dos tiempos.

Es posible que le lluevan los Oscar, pero por mucho que en ella canten, por mucho que se le aplauda, nadie puede negar que carece de la grandeza de los grandes musicales clásicos de los años 30, 40 e incluso 50. Como espectáculo, en su zona media, se aburre a sí mismo. Como melodrama, su argumento resulta banal e incluso frustrante. Además, en el hacer y estar de sus intérpretes, se pasa de frenada.

Decir que Silencio de Martin Scorsese es una mala película, a parte de una grosería a la vista del magisterio de su autor, desemboca en una simpleza gratuita. Diremos de Scorsese, uno de los grandes narradores del cine de los últimos cincuenta años, como decía Pasolini de Leone, cuando no hace películas buenas no son malas, simplemente resultan fallidas. Indudablemente Silencio no está a la altura de los mejores trabajos del autor de Toro salvaje y Taxi Driver, pero eso no impide que en ella, como relámpagos fugaces, destellen de vez en cuando instantes de un cine grande concebido a través de una erudición exhaustiva.