La boda como texto y pretexto se ha impuesto como materia nutriente de buena parte de las comedias de la contemporaneidad. Un subgénero lleno de referentes al que Carlos Therón aborda desde la tradición del cine español atendido éste como carne de comedia hiperbólica de mueca gruesa y butifarra fina. Es por tu bien se abre y se cierra con una boda. En realidad casi todos los participantes son los mismos.

El esqueleto que sostiene este cuerpo dolorido y cansado, ha sido forjado con la materia fundante del teatro: la palabra. En consecuencia, el verbo lo domina todo. Hay en el filme un aluvión de monólogos, de diálogos, de conversaciones aquejadas por un horror vacui que no dejan descanso. Se habla mucho, probablemente demasiado.
Y lo que se dice adquiere las maneras del teatro yanqui de mediados del siglo pasado. O sea, el que alimentaba el cine de Elia Kazan, el que tenía a Tennessee Williams como maestro absoluto, el que en el cine acunaba películas de culto y alto prestigio en torno a trenes llamados deseo y gatas en tejados de zinc.

La esencia de Zhang Yimou la encarnan con frecuencia los personajes que Gong Li ha interpretado. Desde su más temprana película, Sorgo Rojo, y a lo largo de 30 años de una solvente trayectoria, abundan películas melodramáticas en donde el principal personaje, casi siempre femenino, se distingue por una obstinada perseverancia anclada en un abnegado sentido de la ética.

En Sundance, un festival cuyo prestigio se devalúa de año en año, deslumbró a todo el mundo. Probablemente porque todo el mundo se empeña en confundir el tema con su contenido, la idoneidad de la denuncia con la calidad de su alegato. En este caso, un abismo separa una cosa de la otra y para quién quiera verlo, si se asoman a su
interior, la evidencia se impone: autocomplacencia formal y demagogia fácil. Una irreverencia para quien osa titular su filme como la piedra angular sobre la que nació el cine en EE.UU.

El cine de Pablo Larrain siempre incomoda, siempre acaba escociendo. Por más que se escriba que 2016 ha sido su año -(ha estrenado dos películas, Neruda y Jackie y en EE.UU. se presentó también su filme anterior, El club)-, Larrain dista mucho de asemejarse al fabricante de tragaóscares, el mexicano González Iñárritu. Tal vez para un yanqui miope, la latinidad de Larrain lo emparente con Iñárritu, pero ciertamente la acidez de los textos de este chileno de familia bien y de cine virulento, alcanza extremos al alcance de muy pocos.

Lo avisa el título, como si su realizador, Guillermo García López, quisiera reconocer que este documental galardonado con el Goya de 2016 -qué perezosamente se selecciona el cine documental todos los años- fuera consciente de que su reportaje carece de equilibrio y no anda sobrado de rigor. Pero eso no significa que carezca de interés, porque interesante… es mucho. Y lo es por dos razones decisivas.

Hasta la mitad del metraje, el reencuentro con Bellocchio se contempla bien. Su filme tiene un interés notable y aunque su prosa es de las que ya no se estilan, cosas de la edad, es obvio que el cineasta italiano sabe dirigir y construye filmes con fundamento. Tal vez con demasiado fundamento. Pero claro, Marco Bellocchio ha cumplido 77 años. Debutó en la segunda mitad de los sesenta, cuando los grandes maestros de la generación dorada del cine italiano brillaban en el mundo entero.

Articulada en tres tiempos, Moonlight revolotea en torno a la vida de un personaje que guarda significativos lazos de unión con su guionista y director, Barry Jenkins. Pero no se trata de un filme autobiográfico. No hurguen en la literalidad del texto fílmico, porque no es allí donde se produce la identificación entre Jenkins y su protagonista. Sin embargo, entre lo que cuenta la historia de Tarell McCraney, autor de la pieza original, y lo que se apunta sobre la biografía de Jenkins, hay algo más que leves coincidencias.

Aunque el título promete que se trata de “el capítulo final”, cuando llega su desenlace la cosa no parece tan evidente. Dicho de otro modo, su realizador, padre de la criatura y marido de la principal actriz, Paul W.S. Anderson, no parece dispuesto a dar por concluida la serie protagonizada por Milla Jovovich.
Para quien lo haya olvidado, Paul W.S. Anderson, el menos interesante de los cineastas en activo apellidados Anderson, tuvo un inicio prometedor.

Poco más de cinco millones de habitantes pueblan Finlandia. Menos de cuatrocientos mil sostienen Islandia. Ambas se proclaman como tierras de hielo… y cine, si se repasan los últimos éxitos que vienen del norte de Europa. Si el año anterior tres películas, Sparrows, Ram y Corazón gigante demostraron que en Islandia existe el buen cine, ahora, desde la patria de Kaurismäki, desembarca un filme peculiar y extraño. Juho Kuosmanen, su director, opta por un blanco y negro limpio.