De Greengrass se afirmó que había renovado las claves del cine de acción. Su nombre, se nos decía, era garantía de ese equilibrio improbable entre calidad y cantidad, entre autoría y evasión, entre entretenimiento y compromiso. Obras como Domingo sangriento (2002); El mito de Bourne (2003); United 93 (2006) y El ultimátum de Bourne (2007) daban fe de ese libro de estilo, pero establecían al mismo tiempo una imparable sensación de decadencia.

Sobre Thérèse D. se teje un velo distorsionador, unas sombras externas que sin duda han determinado su realidad. Se trata de la obra póstuma de Claude Miller, un realizador francés que ha ocupado un discreto lugar en una cinematografía acostumbrada a alumbrar movimientos y autores de enorme predicamento.