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El ratón y el elefante

Título Original: : CAPTAIN PHILLIPHS Dirección: Paul Greengrass  Guión:  Bill Ray; basado en la novela de Richard Phillips y Stephan Talty Intérpretes: Tom Hanks, Barkhard Abdi, Catherine Keener , Max Martini, Chris Mulkey, Yul Vazquez yDavid Warshofsky Nacionalidad: EE.UU.  2012  Duración:  134 minutos ESTRENO: Octubre 2013
 
De Greengrass se afirmó que había renovado las claves del cine de acción. Su nombre, se nos decía, era garantía de ese equilibrio improbable entre calidad y cantidad, entre autoría y evasión, entre entretenimiento y compromiso. Obras como Domingo sangriento (2002); El mito de Bourne (2003); United 93 (2006) y  El ultimátum de Bourne (2007) daban fe de ese libro de estilo, pero establecían al mismo tiempo una imparable sensación de decadencia. Si en su anterior filme, inspirado en el derrocamiento de Saddan,  Green Zone (2010) Greengrass daba señales de que su cámara ya no era testigo de cargo sino propagandista de encargo, en Capitán Phillips, su cine ha dejado de ser ese ejemplo modélico de ritmo e inventiva que daba alas a Bourne y ponía en evidencia a James Bond. Su pulso presenta síntomas de una fatiga agonizante. En menos de doce años, el mito Greengrass se ha resquebrajado. Poco, muy poco queda en él del vigor, la equidistancia y el buen cine de antaño.  
Inspirado en unos hechos reales, Greengrass abre su filme con un paso a dos.  A un lado, el capitán Phillips (Tom Hanks), al que vemos despedirse de la familia y avanzar solo hacia el infierno que le aguarda. Es un hombre tranquilo, preocupado por la familia, un marino profesional riguroso y extraordinariamente listo. Al otro, los piratas somalíes, un puñado de nativos vociferantes como energúmenos; histéricos como endemoniados, cuya humanidad aparece diluida en la frontera de la animalidad en la que en el siglo XVI la corona de Castilla imaginaba a los indios americanos. No contento con mostrar una visión tan herida de xenofobia colonial, Greengrass avanza en su inevitable decrepitud. Había perdido el sitio desde el que un cineasta honesto debe colocar su cámara: la independencia y la honestidad. Ahora también ha perdido su capacidad para crear tensión, para hacer cine espectáculo. Esta burda reescritura que muestra a Goliath disfrazado de David, se pierde en la nada. Nada hay que contar porque nadie está interesado en analizar las causas y las derivas de los hechos que se narran. En su lugar, como en La noche más oscura de BigelowGreengrass loa sin luz ni profundidad la historia de los vencedores, la ley de los vendedores; la verdad de los dueños del mundo. 

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