Cada cierto tiempo aparece una película que responde al «subgénero» que alimenta este largometraje alemán de origen, pero de sabor inequívocamente americano. Hablamos de «road movies», de viajes iniciáticos con personajes tiernos y procesos inciertos.

«No hables con extraños» se puede definir como un modelo, como un mal viaje y como un thriller perturbador y molesto. Es modelo de imitación, un fiel exponente de ese vampirismo hollywoodense que, agotado de repetirse, no duda en comprar de cualquier parte del mundo lo que olfatean como carne de éxito.