A Víctor Iriarte, su cine lo legitima como un autor transparente e incluso candoroso. Pese a la cita de Bolaño a la que se encomienda, «Sobre todo la noche» escoge la luz frente a las sombras, la reconciliación frente a la venganza, la vida frente a la muerte.
En sus años de plenitud, poco antes de desaparecer por el ruido de las palabras, el cine silente tendía hacia su sublimación tratando de que los intertítulos no fueran necesarios. La imagen debía ser hegemónica y la palabra escrita (sustituto del verbo que no tenía) inexistente.
Según el saber (y el reír) popular, cuando a uno le asaltan delirios de grandeza se cree «Napoleón». En los viejos chistes no había psiquiátrico que no tuviera al menos uno. ¿Pero por qué atrae tanto? Kubrick soñó con filmar su visión del pequeño Bonaparte, tuvo suerte y no lo consiguió.
Con la misma técnica y parecida estrategia con la que DK y Hugh Welchman rodaron «Loving Vincent», se ha forjado esta pieza bizarra de enorme belleza y dramático trasfondo basada en la novela homónima del premio Nobel W.S. Reymont.
Primero fue un libro ensayo que Juan Mayorga, un dramaturgo especialista en el pensamiento de Walter Benjamin escribió a partir de «El libro de la vida» de Teresa de Jesús. Lo tituló, con propiedad, «La Lengua en pedazos».