Sin echar mano del cronómetro de manera rigurosa se diría, a golpe de emoción, que el 95% del metraje de “El caftán azul” pertenece a la esfera de lo privado. Casi todo en esta hermosa película, que apenas se mueve y que jamás se detiene, se dirime en la atmósfera de lo íntimo.
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Aunque formalmente en nada se parezca la película de Yasuhiro Yoshiura a “Ghost in the shell” (1995) de Mamoru Oshii, un cordón, apenas perceptible, une ambos relatos y da noticia del cambio de sensibilidad e intereses entre el final del siglo XX y el tercer decenio del siglo XXI. Por edad, Yoshiura podría ser hijo de Oshii.
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Si en un relato cinematográfico aparece un arma en algún momento de su comienzo, no hay duda de que al final será disparada. Esa ley sin proclama se cumple a rajatabla en “El hijo”. Y en cuanto se cumple, ratifica lo peor que el filme de Florian Zeller representa: una ortopedia argumental y una sensación de falta de originalidad en la dirección.