Demasiadas cosas nos resultan incomprensibles. Las más dolorosas, aquellas que despiertan al monstruo que nos habita, las que desatan la ira que, como especie, llevamos dentro. Para tratar de percibir el clarín de la pulsión de muerte y qué melodía desabrocha la violencia que llama a la sangre, el argumento de la película de Fran Kranz parte del encuentro de cuatro víctimas colaterales de una masacre.
Sin golpes en la mesa ni hitos deslumbrantes, Mamoru Hosoda ha conseguido lo que pertenece a los artistas más extremos. Recapitulemos. En las postrimerías del siglo XX, se impusieron autores como Otomo, Oshii, Kon, Kawajiri y Anno.
Nacido en Montreal, aunque parisino de adopción, Éric Gravel reincide con su segundo largometraje en mostrar el entramado laboral desde el punto de vista de la mujer. Y lo hace, en este caso, mutando la piel de comedia de su primer trabajo por la armadura de un melodrama de tonos intensos, relatado al galope y obsesionado con insuflar a su testimonio la contundencia de lo que deja sin aliento.