Tras evidenciar sus credenciales como cortometrajista, la directora argentina Mariana Barassi debuta con una historia nacida para el teatro. De hecho, en “Crónica de una tormenta” fue su productor, Gerardo Herrero, el primero que, tras ver la obra en Madrid, comprendió que allí respiraba una película interesante.
Creada a partir de la novela de Hannelore Cayer, coguionista junto al director de este filme, Jean-Paul Salomé, no cuesta trabajo pensar que sobre el papel, cuando se preparaba el rodaje de “Mamá María”, se entendió que si Isabelle Huppert aceptaba el papel, tendrían a la actriz perfecta. Probablemente lo era, de hecho lo es. La vitalidad que derrocha en esta comedia que busca la gracia y nunca la encuentra, resultan irreprochables, pero hacer una buena película siempre ha sido cosa de muchos.
Porque en Irán el temor de Dios recorre sus calles, la culpa y el perdón parecen empapar casi todas sus obras cinematográficas. Al menos las que nos llegan. Esa atmósfera preñada de extraña religiosidad aparece a ojos occidentales como amenaza y diferencia.
Hace diez años Yeon Sang-ho dio un golpe de autoridad en el agitado y emergente panorama del cine de Corea del Sur. Digamos que hablamos de una cinematografía que, desde la última década del siglo pasado, desde que la parte de la península coreana no sujeta a la mordaza de acero asumió un proceso democrático liberado a la tutela militar, se ha situado en la cabeza del interés cinematográfico mundial.
Dura apenas unos segundos pero es un gesto subrayado. Es al comienzo, cuando todavía no se sabe muy bien si este filme transitará por el sendero del populismo demagógico deQuentin Tarantino o si habita en él una mirada menos “testosteronizada”.
En los 70 y en los 80 las máquinas recreativas, los reclamos de las salas de juego, se servían del imaginario de los grandes éxitos de Hollywood. Indiana Jones, Star Wars, Tiburón… y decenas de títulos ilustraban los mismos “clippers” con idéntico resultado: eran mero pretexto, en nada alteraban la esencia del juego.