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La chilena Jesús, un tenso drama juvenil, única película ayer a concurso

Cine de nuca y desesperación

foto-jesusFernando Guzzoni (Santiago de Chile, 1983) es un hombre de la casa. Su cine, en algún modo, se ha ido cocinando en los entramados del Zinemaldía. Aquí, hace cuatro años, se estrenó su primer largometraje de ficción, Carne de perro. Ganó con ella el premio Kutxa al mejor nuevo realizador y aquí ha vuelto a presentar su último trabajo, que responde al título de Jesús.
Además de director, es guionista y productor y entre sus inclinaciones y querencias, la música ocupa un lugar preferente. Y con música, estridente y banal, arranca su nuevo largometraje. Guzzoni empezó haciendo un cine documental como los Dardenne y como ellos, al pasarse a la ficción, procura maridar el realismo de la puesta en escena con la ficción de lo recreado.
Su primer largometraje, todavía vivo en el recuerdo, estaba hecho de angustia y dolor sobre la historia pasada de su país de origen, Chile. Ahora, con parecidos mimbres, o sea cine de nuca y desesperación (abundan los planos cogidos desde la espalda de personajes que avanzan desesperados), este Jesús parece mirar al futuro inmediato. Si el diagnóstico que ofrecía Carne de perro provocaba tristeza y miedo, el de Jesús enciende las alarmas del holocausto; de su visión se desprende un “no future”, al menos para los hijos de la periferia y el desempleo.
Todo gira en torno a un descerebrado “nini” chileno. No trabaja, no estudia, se pasa la vida colocado y participa en paupérrimas coreografías hechas a imitación del pop coreano. Es decir, grupos de baile que acompasan sus pasos con inspiración mandril y en medio de un enorme griterío.
Con estruendo amanece Jesús y en silencio acaba su periplo. Un filme que transita, hay muchos en esta edición, por los meandros de cierta ambigüedad sexual. Debe ser el signo de los tiempos, mucho roce homosexual y explosiones de crisis existencial, que se perciben como inadecuadas a la vista de la desproporción entre la causa y el efecto.
Guzzoni se reitera en su libro de estilo. Se ancla en ese cine de austeridad y ensimismamiento en el que el relato no acumula anécdotas, todo se fía a los pequeños detalles, a esa sensación de autenticidad que emana en el hecho de filmar como si fuesen planos robados. El problema de Jesús, ese retrato de una parte de la juventud chilena que deambula perdida, que se aferra al alcohol, adicta a lo que coloque y carente de cualquier fundamento, es que la simpleza de sus personajes puede terminar contagiando a la naturaleza de lo narrado. En este caso, lo narrado, así lo proclama la sinopsis facilitada por el festival, habla de una gran traición.
Depende de cómo se interprete el término traición, pero sí parece claro que lo que se sugiere en muchos momentos va a ser la pasión de un nuevo Jesús, que concluye reclamando el sacrificio de un nuevo Abraham. Pero esa ofrenda se sabe que, a lo mejor y a la vista de la cartografía en la que se mueve Jesús, puede ser su salvación.
Independiente de lo que se quiera leer, a lo largo de 87 minutos, se sabe que lo que se está viendo es algo que ya se ha visto. Entre otras cosas porque Guzzoni transita por un modelo cinematográfico que, si carece de personajes atractivos, puede parecer agotado, reiterativo, sabido. Y como este Jesús, con sus pequeñas disputas con su padre, sus problemas con el móvil, sus borracheras y sus excesos, no parece ni singular ni extraordinario, tampoco lo es la película que cuenta su corrido, el de un muchacho chileno que harto de no tener futuro, arruina su presente sin ser consciente de lo que está haciendo.

 

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