Se sabe que, de vez en cuando, hay comedias que arrasan pero lo que no se dice es que la mayor parte del cine olvidado y olvidable de la producción española se ha abismado en ese pozo sin provocar risa alguna. Tras hacer Semen, una historia de amor (2005) Inés París y Daniela Fejerman se fueron cada una por su lado. Tiempos complicados en los que París, antes de esta película que ahora nos ocupa, solo dirigió Miguel y William (2008), una fábula algo disparatada que imaginaba a Cervantes y Shakespeare enamorados de la misma mujer, en el filme Elena Anaya.
Aquí, producida por Colomo, también coguionista, e interpretada por un bien escogido reparto, Inés París recupera las buenas sensaciones de A mi madre le gustan las mujeres. No cuesta trabajo deducir qué es lo que aporta Colomo y menos significar que la complicidad entre ambos, la fusión de dos maneras diferentes de entender la comedia, se engarzan sólidamente en este guión.
Así, lo que empieza provocando pereza y terror ante lo que parece otra comedia insulsa, va cogiendo ritmo a medida que su historia se centra. Con ella, el filme habla del oficio del cine, en él hay productoras, actrices, actores y guionistas, pero también de las miserias de la vida. Como en la mejor película de Aranoa, Familia, en La noche que mi madre mató a mi padre, las relaciones paterno-filiales y la mentira se conjuran para llevar al público por el camino de la sorpresa y la hilaridad. Colomo y París conocen los resortes de la comedia clásica y aquí los replican. Sin disimulo, con eficacia. No es cine de grandes ambiciones sino película de las que garantizan un buen rato y una larga sonrisa.