La bruja se abre con un juicio y concluye con un akelarre. O sea, da una vuelta de tuerca a un tema clásico. Pero hay más, mucho más. La bruja se ubica cronológicamente en la zona cero del nacimiento de los EE.UU., en el laberinto del siglo XVII, en ese país al que, ahora, un millonario racista y pendenciero llamado Trump convoca a un tiempo de ira, sangre y miedo. Así que no es casualidad que este filme estremezca y conmueva en estos momentos.
Cuando Ken Loach presentó Tierra y libertad, entrevistándole, al percibir en él un entusiasmo por lo que significaba el sacrificio de miles de milicianos republicanos, le pregunté al director británico quiénes, en la España del final de los 80, podían ser y actuar como los soldados republicanos de su película. No lo pensó ni un segundo. “Mis actores”, contestó sin dudarlo. Entre aquellos actores, había una mujer llamada Icíar Bollaín, la más convencida entre las (con)vencidas.
Recibida con expectación y honores, la primera señal que tuvimos de High-rise fue en el marco del Zinemaldi de 2015. Allí, en la sección oficial, su proyección la convirtió en la obra que más disparidad de calificativos cosechó. Nacida para deslumbrar, High-rise lo tenía todo para haber sido una de las obras del año. Parte de un relato mítico de un escritor legendario y se atreve a emparentarse con un no menos mítico cineasta contemporáneo, David Cronenberg.