Como su título connota, La habitación evoca en sí misma algo cerrado, ese espacio entre paredes que protege pero también encierra. Y, en consecuencia, esa sensación de melancólica claustrofobia se dispara cuando se sabe que su argumento gira en torno a los largos años de cautiverio de una joven secuestrada. Su relato podría haber salido de cualquier página macabra de sucesos.

Al igual que la Isabel Coixet de Mapa de los sonidos de Tokio (2009), que se perdió en el mercado de pescado de la capital japonesa; de la misma manera que la Sofía Coppola de Lost in Translation, perpleja en los extrañamientos de superioridad que el estadounidense medio siente con respecto a Asia, El bosque de los suicidios incurre en el mismo pecado de soberbia. Es decir, trata de conjugar los signos de una cultura que solo conoce de oídas.