El dilema de Groucho Marx
foto-langostaTítulo Original: THE LOBSTER Dirección y guión:  Yorgos Lanthimos Intérpretes: Colin Farrell, Rachel Weisz, Jessica Barden, Olivia Colman, John C. Reilly, Leá Seydoux y Ben Whishaw País:  Irlanda, Reino Unido, Francia, Grecia y Holanda. 2015 Duración: 118 minutos ESTRENO: Diciembre 2015
Cada varios minutos, Langosta, una montaña rusa tan inclasificable como notable, imprime un nuevo giro a su guión. La última película de Yorgos Lanthimos (como las anteriores), no tiene nada que ver con el cine prefabricado. Su naturaleza se sabe radical, opuesta a esos relatos fílmicos previsibles y edulcorados que masajean la pereza del espectador a fuerza de obsequiarle con caramelos inofensivos. En nada se parece el cine de Yorgos Lanthimos a esos puzzles infantiles ideados para adular la torpeza del público y disfrazar su simpleza.
Por el contrario, ante la proyección de este filme, se percibe que lo que nos aguarda en el minuto siguiente, nos descolocará. No hay espacio para la seguridad, ni posición libre de mancha. Aquí el factor humano escuece, la convivencia asfixia. En Langosta, el guionista y director griego fabrica un universo afín al extrañamiento, infectado por el surrealismo y comprometido con la beligerancia política. Su principal protagonista, el personaje interpretado por Colin Farrell en un mundo distópico lleno de recovecos y zonas oscuras, víctima del desamor y la soledad, aspira a convertirse en langosta, entendida ésta como la palinurus elephas, ese crustáceo que abunda en las costas europeas.
La disparata idea de esa sociedad del futuro inmediato, una suerte de 1984 del tiempo de la Troika, establece que no hay un sitio para la individualidad y que quienes no sean capaces de emparejarse en un tiempo marcado, se convertirán en un animal, el que prefieran. Ahora bien, ya se sabe que el ser humano, depredador de hambre oceánica, devora cuanto le rodea.
Amigo de la fábula, discípulo de Kafka, nada ajeno a Bretch y forjado en el corazón de la escena alemana, Lanthimos responde a ese modelo de nuevo creador nacido en Europa. Tiene sus raíces natales pero, en su proceso de profesionalización, las viejas fronteras nacionales son poco más que rayas fosilizadas en el pasado casi apátrida.
Con los mismos paradigmas expuestos en sus películas anteriores, si no las vieron dense prisa en recuperarlas –Canino (2009) y Alps (2011)-, Lanthimos mira hacia atrás, bucea en el cine europeo del pasado, con una devoción evidente hacia el Luis Buñuel de El discreto encanto de la burguesía, para articular uno de esos filmes imprescindibles dentro de unos años para entender qué pasaba en la segunda década del siglo XXI.
Ese lo que pasa(ba), a la luz de los diferentes hilos argumentales, a la vista de personajes náufragos que aquí habitan, tiene que ver con la individualidad más ensimismada, con la ruptura de comunicaciones, con el advenimiento de un tiempo de zombies. No es casualidad que tanta gente se preste gustosa a hacer de figurante en películas, aunque sean ínfimas y si lo son mucho mejor, de muertos vivientes.
Ese deseo de desconectar, ese fascismo subterráneo es el que Lanthimos dibuja y arroja a la cara del espectador. La moraleja interior que engarza las diferentes fases de este descenso a la soledad, reitera la imposibilidad del ser humano contemporáneo para acomodarse en un sistema social. (Casi) todos somos hijos de Groucho Marx, (casi) todos sabemos que no deberíamos pertenecer a ningún club en el que puedan aceptarnos.
En este caso, como en toda su filmografía -y aquí con la rotundidad que le da un reparto internacional de solvencia asegurada-, cada miembro del elenco arrastra y arrostra todo el cine que le precede. Con ello, Langosta se sabe cine inolvidable, película nacida para significar, para perdurar, para acompañarnos con la seguridad de que en cada nueva visión, descubriremos una nueva e insospechada sorpresa.
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