Estas “Crónicas” son más políticas que diplomáticas; más socarronas que realistas, más carne de divertimento corrosivo que testimonio comprometido y comprometedor. Al menos en apariencia. Con ellas regresa, nunca se había ido, un peso pesado del cine francés: Bertrand Tavernier. Tavernier, conviene recordarlo, es un francotirador en un país de ismos y familias. Allí donde otros conformaron grupos y clanes, Tavernier siempre fue un descolgado, un corredor solitario en una tierra de nadie.

En justa correspondencia con el trasfondo de Ida, al final de esos 80 precisos, medidos y geométricos minutos, queda la duda y se eleva el tema de la fe. ¿Creemos o no creemos en la sinceridad artística de esta propuesta? Pawlikowski es polaco como Kieslowski, y, como el autor de La doble vida de Verónica, parece atormentado por la idiosincrasia de un país en el que se abrazan y cohabitan catolicismo y comunismo en atormentada comunión.