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Doctores buenos, tiranos malos
Título Original: THE PHYSICIAN Dirección: Philipp Stölzl Guión: Jan Berger; basado en la novela de Noah Gordon Intérpretes: Ben Kingsley, Tom Payne, Emma Rigby, Stellan Skarsgård, Olivier Martinez y  Michael Jibson Nacionalidad: Alemania. 2013 Duración: 150 minutos  ESTRENO: Diciembre 2013
 
El Médico no es una mala película, es peor. Es la evidencia de que hacer cine no se limita a sumar ingredientes por muy atractivos que estos puedan resultar de antemano. Construida sobre la base de un best seller de esos que mezclan divulgación histórica con moralejas del presente, su relato se sostiene sobre la coartada del conocimiento y la erudición, pretexto que sirve para alimentar  relatos de vocación evasiva sin sembrar la mala conciencia de que con ellos se pierde el tiempo. El camino lo señaló hace tiempo Umberto Eco con El nombre de la rosa. No era un descubrimiento del semiótico italiano sino su rehabilitación de una vieja fórmula narrativa inscrita en la historia de la Literatura. La lección de Eco era obvia, no existen formas indignas sino usos sin talento. Y lo demostró dignificando una fórmula milenaria.
La traslación al cine que de la novela de Eco hizo Arnaud enseñó que, con un poco de sensibilidad y rigor, de estos relatos pueden nacer estimables películas. Por el contrario, edificado como una superproducción europea, todo en El Médico se inclina hacia el lado indebido, hacia el remedo, hacia el cartón piedra. En un tiempo de tinieblas, en plena edad media donde las luces de la cultura romana se han apagado para ser pasto de las pestes, la superstición, el miedo y la superchería, el protagonista del relato de Noah Gordon, un joven huérfano, entra en contacto con la ciencia médica. Admirado por el conocimiento de una comunidad judía en el corazón de la Inglaterra del siglo XI, escucha que en el otro extremo del mundo, más allá de las Pirámides de Egipto, hay lugares en donde se enseña la medicina. Y allí sabrá del conocimiento pero también del fanatismo y de la tiranía. Es decir, el núcleo argumental del best seller rezuma ingredientes suficientes para hacer de su relato una buena película. Pero en su paso a la pantalla, sus (ir)responsables tratan al espectador como a un mentecato. Entre niños empalagosos y malos de pacotilla todo se diluye en cine de barrio, en mera ilustración con vocación de superventas. 

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