Alexander Payne practica un cine sosegado. Sus películas poco tienen que ver con esas cintas del metaverso y los efectos especiales en las que tanto dinero invierten los ejecutivos de Hollywood.
Cuando se enroló a James Wan para dirigir el destino de «Aquaman» la noticia sorprendió ligeramente. Avezado en el horror y la crueldad, el autor de «Saw» (2005), «Insidious» (2010) y «The Conjuring» (2013), factótum del cine de terror, productor y guionista, este australiano de origen malayo y de apenas 1,60 metros de altura, ha sido responsable de no pocos sobresaltos y de muchos miedos.
Sam Esmail (New Jersey, 1977) alcanzó un bien ganado prestigio por su serie «Mr. Robot». Cuatro temporadas con el magnético personaje protagonizado por Rami Malek, hicieron de la serie una cita ineludible para muchos espectadores y de Sam Esmail un director de culto.
En sus años de plenitud, poco antes de desaparecer por el ruido de las palabras, el cine silente tendía hacia su sublimación tratando de que los intertítulos no fueran necesarios. La imagen debía ser hegemónica y la palabra escrita (sustituto del verbo que no tenía) inexistente.
Según el saber (y el reír) popular, cuando a uno le asaltan delirios de grandeza se cree «Napoleón». En los viejos chistes no había psiquiátrico que no tuviera al menos uno. ¿Pero por qué atrae tanto? Kubrick soñó con filmar su visión del pequeño Bonaparte, tuvo suerte y no lo consiguió.
Formalmente irreprochable, «El asesino» ha sido filmada con la precisión de un geómetra esclavizado por el lujo. En esta «still life» la poderosa sombra de Netflix vuelve a ser sospechosa de banalizar lo que toca en aras al éxito de audiencia.
Como la protagonista de «Vidas pasadas», la guionista y directora Celine Song dejó su Corea del Sur natal para, en compañía de sus padres, buscar en Occidente, en Canadá, un mayor recorrido para sus vidas profesionales.
Con un enterramiento Martin Scorsese inicia este relato oscuramente epifánico. Se trata de un duelo, un sepelio tan simbólico como unívoco. La víctima es la pipa de la paz de la nación Osage. Con su inhumación, se preludia la muerte de una lengua y el final de un pueblo.
Con ritmo febril, al galope y con toques de corneta apocalíptica, «Golpe a Wall Street» se comporta como un Fómula 1 en una recta. Todo acontece con rapidez de vértigo, en una trama aparentemente compleja que esconde la estructura convencional de aquel cine de catástrofes de los años 70.
Barry Levinson ha cumplido 81 años, posee una trayectoria solvente y en los años 80, su cine lo señalaba como uno de los autores norteamericanos más vertebrales de ese tiempo crepuscular en el que Hollywood dio un giro suicida hacia la infantilización de sus películas.