El duelo sin sangre entre Marvel y DC, entre Disney y Warner empieza a mostrar síntomas budistas. No por su mística, sino por su obsesiva reiteración y copia. En esta pelea nadie pretende la originalidad. Nadie pierde tiempo en crear. Se trata de superar al otro a golpe de gigantismo circense.
Una lectura rápida al cuento original de Andersen nos descubre un relato complejo, terrible y aleccionador. Dos horas largas del filme de Rob Marshall inspirado en el cuento de Andersen, nos aportan un fútil, previsible y aburrido constructo que se mantiene a flote por sus efectos especiales y por la presencia de una Halle Bailey que merecería haber dado con un verdadero cineasta, no con un coreógrafo.
A Ricardo III, el último rey de la casa York, William Shakespeare le regaló un pasaporte para la eternidad ciento diez años después de su muerte en la batalla de Bosworth. Creo un visado intoxicado porque su retrato del rey inmortal(izado) -ya saben quiso cambiar su trono por un caballo-, estaba condicionado por la aprobación de los vencedores, los Tudor.
Aunque para la generación de Sam Raimi, 1981 parezca ayer, 42 años separan esta “Posesión infernal” de la que le vio nacer. Aunque la trama argumental, las estructuras del relato, los fundamentos y hasta las intenciones puedan parecer idénticas, nada es lo mismo por más que ahí sigan Bruce Campbell, solo su voz, y, entre las sombras de la producción, el propio Sam Raimi.
Más allá de su espectacular belleza, de su virtuosismo animado y de su extraordinaria calidad, con “Suzume”, Makoto Shinkai expone e impone ese impulso extraordinario que la mayor parte del arte del siglo XXI ha perdido. Hablamos del don de la pasión, de ese poder y deber de saber conmocionar.
En algo menos de dos horas Paul Urkijo se pasea por los recovecos de la mitología vasca. Pero, además, se mete en el barrizal de querer narrar en clave fantástica la batalla de Roncesvalles, aquella en la que la armada francesa de Carlomagno, con Roldán en la retaguardia, tras conquistar medio mundo, fue derrotada por un ejército formado en auzolan por montañeses vascones, soldados cristianos y tropas sarracenas.
Con cada nueva entrega se abre más y más la brecha que separa el público iniciado con el proyecto Marvel-Disney de quienes se han ido alejando de él o, simplemente, no lo soportaban. De momento, los primeros hacen buena caja y evidencian una fidelidad extrema. Basta con ver cómo, al final de cada nueva entrega, las salas que suelen quedar vacías en cuanto aparecen los créditos, permanecen con el 80% de quienes han entrado, expectantes ante lo que no es sino un guiño sobre lo que vendrá en las siguientes aventuras.
Aunque este “Pinocho” se reclama como perteneciente a Guillermo del Toro, y por más que sean evidentes que en él crecen los estilemas del director de “El laberinto del fauno”, el maravilloso filme inspirado en el personaje de Carlo Collodi se sabe, como toda buena obra de animación, fruto de un gran esfuerzo colectivo.
El excedente narrativo, lo que queda tras el paseo apocalíptico de “Black Adam”, probablemente no será tenido en cuenta por la inmensa legión de espectadores que acudan a su reclamo.
De diablos, o sea de adversarios y calumniadores según su origen etimológico, saben mucho los textos sagrados y/o esotéricos. Los diablos abundan en todas las culturas, adquieren incontables formas. Se les agrupa en conjuntos; casi siempre impares: de tres, cinco, siete, nueve…