Gógol, Tolstói y Dostoyevski, entre otros muchos, algo dijeron y mucho sabían de eso que se dio en denominar «el alma rusa». De hecho, las esencias de esa resbaladiza naturaleza se derraman en sus novelas; en esos textos de alta densidad y hermosa literatura que muestran una singular complejidad al servicio de unos comportamientos psicológicos a menudo incomprensibles y siempre desconcertantes para quien ha nacido lejos de Moscú.
En formato 4:3, con escala cromática propia del cine amateur setentero y con un ritmo anfetamínico, speed de receta; las dos horas del nacimiento y formación de una bestia llamada Donald Trump dan noticia del ser más ridículo de la colección de líderes políticos patéticos que hoy gobiernan o intentan gobernar el mundo.
Javier Elorrieta (Madrid, 1950) se sale del catálogo del cine español. Verso libre en un panorama abonado por las familias y los amigos, Elorrieta resulta inclasificable e inencasillable. No porque desprenda ansias de autoría sino por todo lo contrario, ansía gustar, gustar a cualquier precio, a toda costa.
Gavin Hood, (Johannesburgo, 1963), actor, guionista, productor y realizador, se mueve como un lobo solitario del que nunca se sabe cuál será su siguiente presa. A juzgar por su trayectoria, ha dirigido piezas como “Tsotsi” (2005), “Rendition” (2007), “X-Men Origins: Wolverine” (2009) y “El juego de Ender” (2013); se diría que encaja en la categoría de profesionales de oficio y discreción. Es decir, resuelve con solvencia sus encargos, pero no parece haber en ellos ningún deseo de imprimir huella de autoría.
El 13 de febrero de 1933, en un minúsculo municipio de Arcadia, en pleno Peloponeso, nació Costa Gavras. O sea, ha cumplido 86 años y ahora estamos celebrando el medio siglo del filme que lo presentó al mundo: “Z”. Con “Z”, la historia del asesinato del político demócrata griego, Grigoris Lambrakis, en 1963, despegó la carrera de un cineasta de origen heleno que casi siempre se ha movido bajo bandera extranjera.
En país que siempre busca tapar las miserias y echar la culpa al otro, era necesario, a la hora de acometer un filme como “El reino”, evitar tropiezos con la realidad. No se ha hecho mucho cine de ese que califican de político, pero los pocos que se han atrevido: “Lobo”, “El hombre de las mil caras”, “B de Bárcenas”,… cito tres de muy diferente calidad e interés, se tuvieron que rozar hasta mancharse con la servidumbre de “lo real”.



