Michael Bay descubrió hace muchos años el irresistible encanto de las catástrofes. En consecuencia ha hecho de ellas su nutriente fundamental y lleva años explotando un filón a medio camino entre el cine espectáculo a lo James Cameron, cine de efecto digital, de croma y trampantojo, con el cine de barrio setentero hecho de repartos corales, viejas glorias y muchos desastres. No es de extrañar que ese Bay, autor de agonías como “Armaged