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Laura Poitras (Boston, 1964) ha cultivado una filmografía estimable. Óscar al mejor documental de 2014 por “Citizenfour”, su trayectoria evidencia que Poitras no teme adentrarse en pantanos sociales que ponen en un brete la historia oficial y los poderes establecidos. El terrorismo, la gentrificación, la vigilancia global, el abuso del poder…, han alimentado algunos de sus documentales.

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Si en un relato cinematográfico aparece un arma en algún momento de su comienzo, no hay duda de que al final será disparada. Esa ley sin proclama se cumple a rajatabla en “El hijo”. Y en cuanto se cumple, ratifica lo peor que el filme de Florian Zeller representa: una ortopedia argumental y una sensación de falta de originalidad en la dirección.

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Con cada nueva entrega se abre más y más la brecha que separa el público iniciado con el proyecto Marvel-Disney de quienes se han ido alejando de él o, simplemente, no lo soportaban. De momento, los primeros hacen buena caja y evidencian una fidelidad extrema. Basta con ver cómo, al final de cada nueva entrega, las salas que suelen quedar vacías en cuanto aparecen los créditos, permanecen con el 80% de quienes han entrado, expectantes ante lo que no es sino un guiño sobre lo que vendrá en las siguientes aventuras.

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Desde el primer segundo, preludiado por las informaciones que se nos han ido dando, las simpatías están con esta película que, pese a la humildad de su producción, ha sido nominada para el Óscar. Sarah Polley, bien conocida por su hacer como actriz con Isabel Coixet, Atom Egoyan, David Cronenberg, Michael Winterbottom y Terry Gilliam, o por su trabajo como directora: «Lejos de ella», (2006), se sirve de la obra de Miriam Toews, una fábula anacrónica que acontece en 2010.

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Fiel a sí mismo, M. Night Shyamalan no ha modificado ni una coma del libro de estilo que dio a conocer con “El sexto sentido”. “Llaman a la puerta”, su reescritura de la novela de Paul Tremblay, un escritor de terror de creciente predicamento en la actualidad, le sirve a Shyamalan para ratificarse en esas constantes que hacen de su universo una revisión inquietante, aunque menos perversa, del cine de Alfred Hitchcock.

Los primeros pasos de Darren Aronofsky. sonaron alto pero eran oscuros. Sin un duro, rodada en blanco y negro, “Pi: El orden del caos” (1998), la fábula de un matemático paranoide convencido de que todo en la naturaleza puede ser representado a través del número, fue para este neoyorquino lo que “Cabeza borradora” para David Lynch.