El sueño americano desde mediados de los 50 no conoce límites fronterizos. En realidad más que un sueño es una ambición. Es la (falsa) esperanza que nos vende el liberalismo, ahora rearmado con el adorno de “neo”. Ese sueño arranca en “Minari” con una mudanza; el traslado de una familia de origen coreano, aunque nacidos en EE.UU., a tierras de Arkansas

El nombre de Lisa Azuelos provoca escasos recuerdos entre nosotros. Y sin embargo, esta actriz, guionista, productora y directora francesa que hace un par de meses cumplió 55 años, ha realizado una veintena larga de producciones   aunque siempre se ha movido en la zona tibia del cine comercial.

Antes de adaptarse a la pantalla, o sea antes de ser cine, “El padre” nació en 2012 como obra teatral escrita por el novelista, dramaturgo y ahora director de cine, el francés Florian Zeller. Estrenada en teatros de medio mundo y adaptada a innumerables lenguas, -en España  José Carlos Plaza la dirigió con Héctor Alterio en el papel principal-, ese que aquí sublima Anthony Hopkins; el resultado siempre fue el mismo.

Le hubiera bastado (y le hubiera salvado) a Alice Winocour con concluir su película antes del inicio de la cuarentena previa al lanzamiento de “Proxima”, nombre de la operación espacial de la que forma parte su protagonista, para haber firmado una buena película. De haber sido así, ahora estaríamos ante uno de los mejores textos sobre el peaje que cada día, en cada circunstancia, paga la mujer por ser mujer en un mundo de patriarcas.

En el origen de “La hija de un ladrón”subyace una circunstancia determinante, la vinculación que en la vida real tienen sus dos protagonistas: Eduard Fernández y Greta Fernández. Él es el ladrón del título; ella, su hija. Padre e hija en un filme encumbrado sobre una relación de espinas y mentiras.

Una lluvia de estrellas recibidas por ilustres cronistas desconocidos rodea la foto del retrato familiar que preside el cartel propagandístico de “The Farewell”.  Ese empeño en avalar los estrenos con más estrellas que un árbol de navidad no es sino el patético esfuerzo de los publicistas, en cuyas manos se encuentra el destino de las salas de cine.

Ken Loach habla como un hombre de fe. Para él, el mundo, las relaciones sociales y la economía se interpretan bajo la batuta de un eterno duelo entre el bien y el mal. Secundado por su lugarteniente de confianza, el guionista Paul Laverty; Loach lleva desde mediados de los años 90 colaborando con él en todas sus películas. Por eso, “Sorry, We Missed You” responde y obedece a esa naturaleza que impregna lo que se (re)conoce como el cine de Ken Loach.