La suma de experiencias de Ricardo Ramón y Beñat Beitia daría lugar a la relación de la mayor parte del mejor cine de animación realizado en los últimos tres lustros en un país que maltrata a los ilus(ionad)os animadores. La relación de cadáveres anónimos, aunque no olvidados, que se han dejado tiempo, trabajo y talento para levantar una industria del cine de dibujos animados en España, es larga.

Al finalizar Vals con Bashir, Ari Folman se tomaba una inquietante libertad que, como todo aquello que rompe, acababa por provocar opiniones dispares y disparatadas. Vals con Bashir era un filme de psicoanálisis y memoria, y en su interior nos aguardaba una terrible cantinela sobre el sentimiento de culpa y los fantasmas de la guerra.

Hace un par de años, Yeon Sang-ho se puso a seguir el camino abierto por autores ya consolidados como Park Chan-wook, Bong Joon-ho, Kim Ki-duk y Kim Jee Woon. Sang-ho hacía con el cine de animación lo que sus hermanos mayores habían conseguido con las películas que algunos llaman de carne y hueso.

El 21 de enero de 1998, Yoshifumi Kondo, el hombre llamado a tomar el relevo a los dos grandes generales del estudio Ghibli, Isao Takahata y Hayao Miyazaki, falleció repentinamente víctima de un aneurisma provocado, al parecer, por un exceso de trabajo. Tenía 47 años y, después de haber sido uno de los puntales de los mejores éxitos de la factoría Ghibli, acababa de dirigir una de sus más bellas películas: Susurros del corazón (1995).

Rastrear sus raíces, excavar en el pozo del olvido y recuperar la memoria histórica (e histérica) de la Camboya de su infancia y juventud, la de los 70, es lo que Rithy Panh lleva haciendo toda su vida. Para presentar este filme, este singular y valioso cineasta escribió “Desde hace años, busco una imagen: una fotografía tomada entre 1975 y 1979 en Camboya por los Jemeres Rojos. Una sola imagen no sirve como prueba de un genocidio, pero invita a la reflexión, permite reconstruir la historia. La he buscado en vano en los archivos y por todas partes”.

El éxito de Futbolín en Argentina -dos millones de espectadores han pasado por los cines de su país de origen-, puede asemejarse al que aquí obtuvo Las aventuras de Tadeo Jones. Ambas representan la respuesta digna y comercial de la industria de la animación periférica a un mercado en el que Pixar manda, EE.UU. recauda y, de vez en cuando, Japón nos regala con alguna obra maestra.