Brad Bird merece ser reconocido como el principal lugarteniente de Pixar. A estas alturas de la historia del prestigioso sello, Bird merece el honor de ocupar la segunda plaza, justo al lado de John Lasseter. Al creador de Pixar se le reconoce como el hombre de hierro de una productora que ha revolucionado el mundo de la animación.

El formalismo de Isla de perros, su equilibrada belleza de geometría y orden, la impecable y contagiosa banda sonora, las simetrías de ácido y miel y las innumerables citas cinéfilas, contribuyen a cegar la mirada de quien observa lo que acontece en esta distopía canina. Incluso la ya imparable aureola de Wes Anderson y sus obras precedentes no hacen sino incrementar la distorsión ante lo que realmente acontece en el interior de este atípico e inclasificable filme.

Poco a poco, aprovechando los pequeños resquicios que permite una cartelera saturada de estrenos insustanciales, comienzan a verse estrenadas en los cines las mejores películas del anime japonés. Este Fireworks se presentó en el pasado Zinemaldia con aires de pieza mayor. La sombra de Your name le avalaba al mismo tiempo que le ponía un cepo en el cuello.

Shinya Tsukamoto, el Johnny Rotten del cine japonés a quien le debemos uno de los personajes más psicotrónicos de la historia del cine contemporáneo, “Tetsuo, el hombre de hierro”, mostraba su preocupación por el diezmo vital que supone para Japón la alta tasa de suicidios juveniles. Para quien conoce la ferocidad de sus puñetazos audiovisuales, su inquietud y su dolor, adquiría un eco estruendoso al percibir la enorme dimensión de la sangría permanente que vive un país que tiene en el sacrificio ritual de los “47 Ronin” su “Mío Cid” de ojos sin párpados caucásicos.

Hubo un tiempo en el que, en apenas unos segundos, el público avisado era capaz de saber desde qué país se había hecho cualquier filme de animación. Las escuelas de cada territorio ofrecían unas ideas claras y una estética reconocible. Y dentro de cada una de ellas, también los diferentes autores, en los casos más relevantes, aportaban un libro de estilo propio y reconocible.

Tezuka no dudó en manifestar su admiración por Walt Disney, una fascinación que, como buen japonés, pagó de la mejor manera que sabe hacerlo una cultura para la que la originalidad no es divisa: trasladó al corazón de Tokio los usos, modos y maneras de Disney.

No hay que equivocarse, Your Name, preñada de una carga sentimental capaz de fundir el hierro, es cualquier cosa menos una película meliflua. Su romanticismo sabe y bebe de la tragedia. Y su sencillez no le impide encarar un argumento enrevesado capaz de jugar con los tiempos y los espacios en una suerte de paradoja cuántica que hace fácil lo incomprensible y legible el palimpsesto que su guión cultiva en la cara oscura de su núcleo duro.

A golpe de coreografía musical, homenaje, préstamo y saqueo del cine de Hollywood de los agitados años 30, con un argumento lleno de recovecos y requiebros, con humor y tensión, y con un contenido que parece ju(z)gar a diferentes bandas, El bebé jefazo mezcla tonalidades, ideas y referencias que rechinan entre sí, que se repelen e incluso que se anulan, pero que en manos de Tom McGrath consiguen aparentar una solidez insólita ante la disparidad de sus ingredientes constitutivos.