Yorgos Lanthimos (Atenas, 1973) sorprendió a medio mundo con «Canino» (2009). Se había forjado en su Grecia natal, pero conocía bien el cine europeo y la escena teatral alemana. Todavía no había amanecido como cineasta, ni cabía sospechar que sería uno de los referentes del siglo XXI, cuando era evidente que militaba en el terreno surrealista cultivado por Luis Buñuel hace un siglo.
Little Richard (Richard Wayne Penniman), nació en 1932, tiempo de depresión, racismo y hambre en EE.UU. Murió 87 años después y, aunque nunca se le reconoció como el rey del rock and roll -la corona se la colocaron a Elvis-, su influjo en la escena norteamericana duró casi siete décadas.
La segunda parte de esta incursión en la novela de Alejandro Dumas se rodó al mismo tiempo que la primera. Por el mismo equipo, con los mismos guionistas y bajo la batuta de Martin Bourboulon.
El título aparece sin mayor dilación con las letras difuminadas en su parte superior. Conforme la oscuridad, en un fundido a negro de cadencia lenta, se impone, a medida que mengua la iluminación percibimos con más claridad las letras.
El Nuevo Cine Alemán (Neuer Deutscher Film), surgido en los años 60, fulgurante en los 70 y posteriormente dispers(ad)o a partir de los 80, fue mayoritariamente cosa de hombres.
Un recorrido ligero por el universo de Marija Kavtaradze (Unión Soviética, 1991) arroja algunas luces necesarias para poder ubicar por dónde transita esta joven directora lituana.
En sus primeros pasos, cuando un puñado de jóvenes alemanes, sin sentimiento de culpa por el pasado reciente, reclamó la necesidad de poder expresarse cinematográficamente, Win Wenders (Düsseldorf, 1945) no creía en el relato.
El Papa Pío IX, figura vertebral de este relato fundido con destellos de realidad, sacude nuestra percepción con análoga frialdad a la que el Juan Pablo II de «La Nona Ora» de Maurizio Cattelan opera en nuestra conciencia.
Ganar en Sitges el máximo galardón en una competición a cara de perro y altamente especializada en el género del terror no está al alcance de cualquiera. Hacerlo con una valoración crítica muy favorable y sin provocar controversias, tampoco.
Alexander Payne practica un cine sosegado. Sus películas poco tienen que ver con esas cintas del metaverso y los efectos especiales en las que tanto dinero invierten los ejecutivos de Hollywood.