En la zona central de «Si yo pudiera hibernar», más o menos hacia la mitad de la película, se escucha la frase que da título a esta edificante película. La dice el hermano pequeño de los tres menores que, abandonados por su madre alcohólica, sufren hambre, privación y enfermedad en medio de una miseria asumida con extraordinaria dignidad.
En el Jaén profundo, el de los aceituneros altivos que cantó Miguel Hernández, se encuentra el alfa y el omega de este relato de Belén Funes, su segundo largometraje acunado tras el impacto de «La hija del ladrón» (2019). Como Anabel, la protagonista interpretada por Elvira Lara, Belén Funes lleva sangre andaluza en las venas, aunque su vida y su formación como realizadora se gestó en Barcelona.
Un rodaje accidentado afectado por los coletazos de la Covid-19, una segunda parte retrasada más de la cuenta, una sensación crepuscular de final de partida, un argumento con ecos provenientes de las siete entregas anteriores y un Tom Cruise eterno, decidido a seguir a toda costa, determinan lo que «Misión imposible: sentencia final» encierra en su interior.

