Decidido a no hollar un territorio común, empeñado en caminar por donde casi nadie transita, Isaki Lacuesta se mueve por un espacio singular e inacotado que poco o nada tiene que ver con el que ocupa la mayor parte de la producción cinematográfica española.
La primera secuencia de «El último verano» se repite invertida en sus instantes postreros con un paradójico y amargo sentido. En la apertura vemos cómo Anne, la implacable y resolutiva abogada interpretada con autenticidad abrasiva por Léa Drucker, alecciona a una joven adolescente víctima de una violación.


