Título Original: VINCENT DOIT MOURIR Dirección: Stéphan Castang Guión: Mathieu Naert Intérpretes: Karim Leklou, Vimala Pons País: Francia. 2023 Duración: 115minutos
Kafka in love
En apenas cinco minutos, Stéphan Castang, director de «Vincent debe morir», ya ha sacado el joker de su baraja. La partida se juega en clave alucinatoria, en el linde siniestro entre el absurdo y el delirio. Antes, nos ha regalado un inicio cinético para presentar los créditos del filme. Un obsequio visual tan sugerente como abstractamente enigmático. La cuestión es que su protagonista, Vincent, un hombre de mediana edad y escaso atractivo -solventemente escenificado por el actor que lo representa, Karim Leklou-, sufre agresiones inesperadas a cargo de gentes sobre las que no cabría esperar esa violenta manifestación.
Lo que parece un incidente aislado, un ataque con el ordenador portátil convertido en garrote brutal por un becario de la empresa para la que Vincent desarrolla su trabajo informático, deviene en epidemia. En rabia e insania que recoge del mundo zombie la escenificación de esa amenaza exterior y del autor de «El castillo», «El proceso» y «Carta al padre», la angustia interior. El adjetivo kafkiano, en cuanto al sustento argumental que da sentido a «Vincent debe morir» preside buena parte del filme. Por su despertar, se diría que Castang se mueve con el mismo impulso con el que Robin Campillo acometió «Les Revenants» (2004). Dicho de otro modo, todo apunta a que Stéphan Castang, que con esta ópera prima ganó el premio al mejor director novel en Sitges 2023, podría derivar en una de esas personalidades inclasificables que transitan por el cine francés para hacerlo mejor.
Durante el primer tercio de «Vincent debe morir» el relato sorprende por su capacidad para ahondar desde lo absurdo a lo real. Esa animadversión que provoca Vincent, esas reacciones que su mirada origina en el resto de los ciudadanos, da lugar a un interesante planteamiento social: Vincent no está solo, otras personas sufren el mismo rechazo. Esa metamorfosis tan afín a la angustia de Kafka se precipita en un romanticismo banal. Conforme debe alimentar ese inicio tan fulgurante, conforme su necesidad de dar consistencia a una idea argumental que podía haber alimentado un cortometraje reclama más enjundia, Castang se pierde poco a poco. La aparición de un personaje femenino, convertida en la tabla de salvación de Vincent, tensa la situación e impone un cambio de dirección tan abrupto como decepcionante. En la línea de «El reino animal» de Thomas Cailley, Castang promete más de lo que finalmente acaba dando.