Con un enterramiento Martin Scorsese inicia este relato oscuramente epifánico. Se trata de un duelo, un sepelio tan simbólico como unívoco. La víctima es la pipa de la paz de la nación Osage. Con su inhumación, se preludia la muerte de una lengua y el final de un pueblo.
La imagen más repetida, ¿responsabilidad de los tres directores?, muestra a C.Tangana en una composición deudora de la arquetípica escena de la última cena. Ahora bien, no estamos ante la procacidad combativa del Buñuel de «Viridiana», no hay aquí el más mínimo asomo de beligerancia iconoclasta.
Thomas Cailley, «Les combattans» (2014), pone en mano de Romain Duris y Paul Kircher una historia que se intuye de dónde parte pero de la que nunca se termina por saber a dónde quiere ir. Ejemplo de lo primero, ese ser y saber, lo da el personaje más joven, un Kircher que aporta una interpretación orgánica de enorme fisicidad hasta hacer creíbles sus permutaciones.